Crítica Literaria

¡Maldito, amor; Malditoamor…Maldito amor!

Título: Maldito amor
Autor: Jorge Franco
Editorial: Seix Barral
Páginas: 164

Por: Alejandro Alzate

Jorge Franco Ramos (1962), escritor colombiano.
Foto: aa.com.tr

Reconocerse parte del legado que dejaron narradores antioqueños como Efe Gómez y Manuel Mejía Vallejo, ha hecho que Jorge Franco sumeriqueza estilística, diálogo cultural y esmerada creatividad a la tradición libresca paisa y nacional. Fiel al espíritu de sus predecesores, el autor de Rosario tijeras se desmarcó de la novela como género de inexpugnable escritura para probar suerte con la cuentística. El desamor tan solo fue la vía, el trampolín para dar el salto. Desde esa perspectiva, y a raíz de la necesidad de experimentar con el formato y los horizontes literarios, nació, en 1996, Maldito amor.

Del texto pueden decirse varias cosas. La primera de ellas es que anuncia, desde el inicio, la desventura que malogra la pretendida redención de los personajes a través del sentimiento.
La encargada de plasmar esto desde el epígrafe es ni más ni menos que La Alondra de Papaloapan, o lo que es lo mismo, Josefa Murillo Carlín, poetiza mexicana nacida en Tlacotalpan en 1860.

Dice con justiciera belleza la escritora romántica:

Amor, dijo la rosa, es un perfume;
amor es un murmullo, dijo el agua;
amor es un suspiro, dijo el céfiro;
amor, dijo la luz, es una llama
¡Oh cuánto habéis mentido!
Amor es una lágrima.

La belleza melancólica del poema pone en situación al lector y lo prepara para presenciar situaciones en las cuales se imponen la dureza de la vida y lo aciago del destino. Así, por ejemplo, un cuento como “El olor de los machos” plantea el drama de un hombre que, admirado por la vida y obra de Marilyn Monroe, se debate entre lo que le toca ser, Juan, y lo que quiere ser: ella; la diva suicida que revolucionó la gran pantalla en la década de 1950. Quien lea el texto notará que el amor no redime. No logra romper la barrera de las imposibilidades. El fervor que se le tributa y, por ende, sacraliza a la famosa actriz y modelo, no es suficiente para edificar una vida gozosa y plena. En razón de esto aparece una dualidad problemática que no resuelve la confusión espiritual y vital del personaje, sino que, por el contrario, enturbia aún más un destino —el suyo— que se sabe movedizo y vecino de las indefiniciones. Jorge Franco es sensible y hábil para dar cuenta de la vida sórdida del hombre. Así lo deja entrever cuando le cede la voz y este proclama: «De día soy Juan, el que limpia arrodillado; de noche soy Marilyn, la que camina en zapatos de tacón; de día me confundo, de noche busco; con el sol pierdo, con la luna gano; con la luz muero, con la oscuridad vivo; de día odio, de noche amo, o trato de amar».

Foto: jorge-franco.com

Obsérvese cómo, en clave judeo cristiana, el hombre encarna una penitencia vital al referir que es Juan, «el que limpia arrodillado». Así visto el hecho que se textualiza, la vida se asume como una expiación culposa que se paga con cuotas de infelicidad.

La alegría es efímera y, si acaso, tiene el brillo tenue de una luz transitoria.

Para el caso de Juan, quien ostenta el nombre del bíblico bautista, la felicidad se vislumbra cuando deja de ser él para insertarse en los predios de lo que no es biológicamente. Una vez el personaje entra en lo otro, es decir, en la feminidad, se produce un tímido ajuste de cuentas con la amargura existencial, como se observa a continuación: «Sólo soy el hombre que cada noche se sienta dos horas frente al espejo y la mujer que resulta de ese tiempo que toma mi transformación».

Desde esa perspectiva, y en franco diálogo con novelas como Salón de Belleza o Fiebre tropical, Jorge Franco vuelve la vista sobre las distintas formas del placer y del dolor; sobre la dualidad, la ambivalencia y la disidencia frente a los esquematismos heteronormativos; razón por la cual sus cuentos escudriñan la condición humana con fuerza y gallardía.

Son esas características las que hacen de Maldito amor un libro que opera en doble vía. Por un lado, el texto reivindica la literatura como una expresión capaz de paliar el dolor de aquéllos que sufren; lo cual constituye el lado más afable de un todo que implica, no obstante, lo diametralmente opuesto, es decir, la tragedia. Esta constituirá, justamente, la segunda vía de operación del libro en tanto artefacto frente al lector. Así las cosas, un cuento como “Viaje gratis” nos recuerda que el sufrimiento se cumple para todos como un rito; sin la menor posibilidad de ser evitado. En el relato, un hombre viejo y fatigado muere simbólicamente sin que nadie pueda impedirlo. Interesante resulta el hecho de que la muerte le llegue no propiamente tocando su puerta, sino por interpuesta persona: la joven y hermosa Clemencia, su asistente desde hacía años. Si bien el relato no da lugar a ambigüedades sexuales de ningún tipo, el vetusto personaje no escapa de su destino trágico: quedarse solo y desvalido en sus últimos años de vida. En el último lustro. Esa es la condena que le toca en suerte. A Clemencia, por su parte, la muerte intempestiva la priva de irse a Europa y empezar una nueva vida. Unos y otros se ven afectados por fuerzas superiores. Sus nadas poco difieren.

Desde esa perspectiva, y en franco diálogo con novelas como Salón de Belleza o Fiebre tropical, Jorge Franco vuelve la vista sobre las distintas formas del placer y del dolor; sobre la dualidad, la ambivalencia y la disidencia frente a los esquematismos heteronormativos; razón por la cual sus cuentos escudriñan la condición humana con fuerza y gallardía.

Finalmente, y para no estropear la experiencia lectora de quien encuentre un aliciente en estas páginas que escribo, un cuento como “El candor de las sirenas” vuelve a la carga con el desencuentro amoroso. En esta ocasión, Clarita y La Ñata, prostitutas adolescentes, se enamoran sin tener tiempo de entender el sentimiento que las liga con la vida y el bienestar. Con la reescritura de sus biografías horrendas. A raíz de esto, surge con toda su densidad emocional el vacío. En el momento en que La Ñata se va, porque sí, para siempre y sin dejar rastro alguno, Clarita queda desvalida; sola ante el mundo que le ofrece hastío y dolor. Es en las postrimerías de su propia muerte, quizás, cuando el relato alcanza su punto narrativo más alto y bello también: 

No logro imaginarte vieja como yo. Cuántas veces me habré cruzado con vos en la calle y no te habré reconocido. Volvé, Ñata. Vení y contame otra vez el chiste de las sirenas. Vení y arreglame el pelo. Vení y contame algo. Vení, acostate a mi lado que estoy sola, triste, vieja y además me estoy muriendo.

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