Evento

«Si hablamos de matar, mis palabras matan»

En 1994, la banda argentina Fabulosos Cadillacs lanzó la canción “Matador”. Su letra habla del peligro de alzar la voz en contra de quienes ostentan el poder. Esas mismas palabras sirven hoy para recordar a las víctimas del conflicto armado colombiano: no tengo por qué tener miedo/mis palabras son balas/balas de paz/balas de justicia/soy la voz de los que hicieron callar sin razón/por el solo hecho de pensar distinto

Por: Jessica Hurtado Carvajal
Estudiante de Licenciatura en literatura, Univalle

Julio César González Quiceno, caricaturista pereirano conocido como Matador.
Foto: Twitter oficial @matadoreltiempo

El pasado 28 de junio, la Comisión de la Verdad, entidad que surgió a partir del Acuerdo de Paz entre el Gobierno colombiano y la guerrilla de las Farc, presentó en el teatro Jorge Eliécer Gaitán de Bogotá el Informe Final sobre el conflicto armado en Colombia. En él se recogieron más de medio siglo de violaciones a los derechos humanos, en forma de relatos, con la voz de sus protagonistas.  

El trabajo de escuchar y plasmar la verdad en una sociedad fracturada como la nuestra es doloroso, pero necesario; por eso estamos en la obligación de darlo a conocer, de reproducirlo tanto como sea posible. No puede ser ignorado. No vamos a olvidarlo.

Los antiguos utilizaban su voz para no olvidar. Iban de pueblo en pueblo contando historias porque las palabras tienen el poder de perpetuarse en la memoria. Sin embargo, la tradición requiere un medio para ser recordada, y nada mejor que la escritura para crear e interpretar realidades. 

Otra forma de plasmar lo vivido es mediante el dibujo, ya que se trata de un recurso visual ágil, fácil de entender y con el que todos nos sentimos identificados. Una forma del dibujo es la caricatura que, entendida como un retrato que deforma en exceso los rasgos característicos de una persona, es quizá la mejor forma de reflejar la realidad de nuestro país. Seguramente, esa fue la intención de la Escuela de Ciencias del Lenguaje de la Universidad del Valle, desde su departamento de Lingüística y Filología, cuando invitó al caricaturista pereirano Julio César González Quiceno, más conocido como Matador, para ilustrar en vivo algunos apartes del Informe Final de la Comisión de la Verdad.

Unos días antes vi el afiche anunciando la actividad y sentí curiosidad sobre la forma como dos tipos de arte —la caricatura y la narrativa— se unen y complementan en la tarea de recordarnos nuestro propio horror. O tal vez debería decir el de ellos, porque lo cierto es que nosotros, en las ciudades, no fuimos testigos ni mucho menos víctimas del conflicto. Lo hemos visto en las noticias, en las cifras de muertos, en las columnas de los domingos, en los informes de la Comisión de la Verdad y, con algo de humor, en las caricaturas de los periódicos. 

La actividad comenzó a las tres y media de la tarde del lunes 10 de octubre y se desarrolló en calma. Primero, un estudiante o maestro exponía un caso del Informe, junto a su opinión sobre la relevancia del tema. Mientras tanto, Matador dibujaba en vivo su interpretación. Es cierto que no lo hizo con papel y lápiz, como era la costumbre, sino que utilizó un dispositivo de dibujo digital adaptado a un computador, aunque, para el caso, es lo mismo. 

En la primera intervención, uno de los asistentes le preguntó por qué había escogido el seudónimo Matador, y este respondió que al principio firmaba sus «mamarrachos», como él los llama, como JC, pero este nombre carecía de significado. Entonces buscó un seudónimo acorde y cayó en la cuenta de la paradoja que significa llamarse Matador en un país de matarifes. Creo que ha sido uno de sus mayores aciertos. 

Pancartas contra la presencia de Matador en la Univalle.
Foto: Jessica Hurtado Carvajal.

Como estudiantes del discurso, algunos exponentes comentaron la necesidad de las víctimas del conflicto de disfrazar con eufemismos los abusos sufridos y cómo el lenguaje se convierte en una herramienta vital de sanación para ser más empáticos con uno mismo y con el otro. Sin embargo, lo más importante para mí fue ver representadas las historias de múltiples abusos en contra de las mujeres. Relatos de jóvenes que habían sido abusadas sexualmente por integrantes de grupos armados, y de madres que despedían a sus hijos sabiendo que nunca volverían a verlos. Incluso una que atendía y curaba a un muchacho del bando contrario, sin recriminaciones ni deseos de venganza, solo porque sabía que otra madre sufría por él. 

No es coincidencia que, en los ejemplos aquí comentados o en los que se expusieron esa tarde en la sala Mutis de la Biblioteca Mario Carvajal, las protagonistas sean las mujeres. Y es que son precisamente las mujeres las principales víctimas de la violencia, no solo en la guerra interna de nuestro país, sino en todas las que hemos inventado los humanos en el afán de exterminarnos por razones inútiles. Escribo en presente porque la guerra continua, aunque a muchos se nos olvide. Se vive en los territorios. La sufren los líderes sociales, los ambientalistas, los indígenas, las poblaciones afro y, especialmente, las mujeres. 

Fue precisamente un colectivo de mujeres, afro y LGTBIQ+, el que irrumpió en la sala, pancartas en mano, para criticar la ponencia de Matador respecto a las víctimas del conflicto. Al principio, como es natural, el caos se apoderó de los asistentes. Todos dejamos de escuchar la intervención en turno para mirar hacia atrás, mientras intentábamos leer las consignas para entender lo que sucedía. 

El trabajo de escuchar y plasmar la verdad en una sociedad fracturada como la nuestra es doloroso, pero necesario; por eso estamos en la obligación de darlo a conocer, de reproducirlo tanto como sea posible. No puede ser ignorado. No vamos a olvidarlo.

El caricaturista Gustavo Adolfo Campos, quien firma sus trabajos como TavoArt y es colaborador permanente del periódico La Palabra, asistió al evento y me contó su percepción: «En días previos pude enterarme sobre dicha actividad por medio de Facebook. Llamaron particularmente mi atención los comentarios que acompañaban la publicación, pues se manifestó una latente de inconformidad por parte de varios internautas que pedían desaprovechar la oportunidad de asistir a un encuentro con alguien misógino, machista, homofóbico, transfóbico y racista». 

Debo decir, sin embargo, que Matador reaccionó mejor de lo que podría esperarse. Las arengas no afectaron su ánimo conciliador y, haciendo honor a la impronta del Gobierno actual, pidió escuchar a sus críticos. Instó a sus detractores a pasar al frente con las pancartas y explicar en qué se basaban las acusaciones. Ellos aceptaron la invitación y dijeron que algunas de las caricaturas hechas por Matador no solo eran ofensivas, sino que contribuían a perpetuar la discriminación y, peor aún, la violencia en contra de colectivos históricamente vulnerados. Además, que el gran alcance mediático de su trabajo le otorga cierta responsabilidad sobre los contenidos que produce, para que estos no perpetúen la costumbre de la burla en el imaginario colectivo. 

Por caricaturas como esta, los críticos de Matador lo tildan de misógino por perpetuar estereotipos machistas contra las mujeres.
Foto: twitter.com

En este punto, estoy de acuerdo con la opinión de TavoArt sobre su colega: «Considero que no supo atender efectivamente los señalamientos y reflexiones que estos le planteaban, ya que aludió a la licencia que otorga el humor para abordar temas susceptibles de generar polémicas y a la capacidad de la risa para permitir no solo reírse del otro, sino también de sí mismo. Sin embargo, esta respuesta no sirvió para disminuir la tensión, sino que, al contrario, les permitió afianzar su postura. La discusión generó algunas intervenciones de docentes y asistentes al evento que apoyaban a Matador. Hacia el final de la discusión, este interrogó a los manifestantes sobre cómo representarían las caricaturas que generaban su inconformidad. Dicha pregunta resultó desacertada, pues como bien le respondieron, esa labor no les correspondía. Inmediatamente el debate terminó con la retirada de los representantes inconformes, sin finalizar el diálogo». 

Cabe preguntarse hasta dónde puede llegar el humor, qué fibras puede tocar, y si todo es susceptible de burla. Estamos de acuerdo en que existe cierta licencia otorgada al artista, porque, de otro modo, el arte perdería su valor; pero tal vez sea el momento de cuestionar nuestro papel como ciudadanos. Pensar en si queremos perpetuar los comportamientos que, como sociedad, nos han llevado a una violencia generalizada durante más de dos siglos, o si queremos contribuir en algo al cambio.

«Desde mi experiencia», prosigue TavoArt, «reconozco que es prácticamente imposible no incurrir en alguna representación que afecte a determinada persona o comunidad, y tampoco se trata de generar un humor o sátira complaciente o políticamente correcta, sino de acudir a personas que tengan puntos de vista diversos, no reproducir los estereotipos, cuestionar los símbolos y metáforas que usamos, retarnos en el ejercicio del dibujo a encontrar otras maneras de representación, pues, de hecho, el universo creativo presenta un sinfín de posibilidades. Esto con el fin de elaborar caricaturas conscientes de nuestra compleja realidad social y política».

Cabe preguntarse hasta dónde puede llegar el humor, qué fibras puede tocar, y si todo es susceptible de burla. Estamos de acuerdo en que existe cierta licencia otorgada al artista, porque, de otro modo, el arte perdería su valor; pero tal vez sea el momento de cuestionar nuestro papel como ciudadanos. Pensar en si queremos perpetuar los comportamientos que, como sociedad, nos han llevado a una violencia generalizada durante más de dos siglos, o si queremos contribuir en algo al cambio. En un país como Colombia, donde la muerte es costumbre, donde ver las noticias implica saber de corrupción, de masacres, de guerra, de víctimas, tal vez sea el momento de reconstruir con las palabras. Así como en otro tiempo los poderosos hicieron callar las voces de Víctor Jara y de Jaime Garzón por el solo hecho de pensar distinto y de luchar por un mundo menos injusto, también sabemos que sus mensajes pasaron a la historia y que hoy, mucho tiempo después, los recordamos, porque si hablamos de matar, sus palabras matan.

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