Entrevista

“La violencia es el flagelo nuestro de cada día”: Gilmer Mesa

La Cuadra y Las Travesías son las novelas que hasta ahora ha publicado este hábil narrador antioqueño. La violencia, como lastre o pesadilla, emerge de ellas para enfrentarnos con nuestra confusa y enrevesada historia nacional. La prosa de Mesa es directa, como ráfaga de fusil, y efectiva como la sonrisa que se dibuja en los rostros de quienes amamos. La Palabra conversó con él para conocer a fondo su artillería literaria. Esto fue lo que nos contó. ¡Bienvenidos!

Por: Alejandro Alzate

Gilmer Mesa (1978), escritor, filósofo y profesor colombiano.
Foto: Jose Rojo. Tomada de: laterales.com

Alejandro Alzate (AA): La  narrativa antioqueña ha transitado del cuadro costumbrista al urbano. En ese sentido, ¿cómo una obra como La Cuadra, tu primera novela, se suma al conjunto de la literatura urbana colombiana? ¿Cómo se asume y construye el concepto de lo urbano en la obra?

Gilmer Mesa (GM): Creo que los calificativos de costumbrista o urbano son ajenos a los autores en sí. Es más bien la crítica la que genera ese tipo de epítetos. Considero, más bien, que todos nos debemos a una tradición más amplia en la cual lo que se pretende es descifrar el “ethos” antioqueño y descubrir por qué somos como somos. En La Cuadra yo no intenté construir un concepto urbano; solo elaboré un entorno citadino, evidentemente, en el que quería circunscribir las historias que me han perseguido desde siempre. La pretensión, y esto sí fue muy consciente, era hacer una novela sobre la pérdida, sobre la ausencia y otras cosas que son mucho más íntimas. La verdad no busco “ser parte de” o circunscribirme a ningún movimiento.

AA: La mencionada novela se enmarca entre la añoranza y el dolor que supone la pérdida de un ser querido. ¿Escribirla supuso algún tipo de liberación emocional?

GM: Sí, claro. Para aquellos que consideramos la escritura como una práctica que va más allá de ser un “pasatiempo un poco sofisticado”,  la literatura es conocimiento; conocimiento de uno mismo, de su interior y de esas zonas difusas que tenemos. Ahí hay ya una liberación muy importante.

AA: En tu opinión, ¿la violencia seguirá siendo fuente inagotable de libros y películas made in Colombia?

GM: Por supuesto. Sí lo seguirá siendo. Esperemos, eso sí, que no sea inagotable. Es mejor pensar que por ahora es una fuente fértil, entre otras cosas, porque la violencia aquí es sintomática y no cesa; es nuestra oración diaria en todas sus formas. Vamos de la violencia pública a la íntima. Nuestras circunstancias son evidentemente violentas; razón por la cual ese tema seguirá existiendo dentro de las diferentes propuestas del arte colombiano.

…la violencia en Colombia es tan palpable, tan invasiva y tan alocada, que es muy complejo no referirse a ella. Es por eso que terminamos escribiendo, cantando, pintando y haciendo películas sobre ella. La violencia es la arcilla que permite moldear las ánforas en que metemos nuestros días.

AA: La acogida que tuvo La Cuadra por parte de la crítica fue buena. ¿Cómo fue regresar a la violencia y los violentos en una novela como Las Travesías?

GM: Aquí es importante mencionar que yo no escojo el tema de la violencia deliberadamente. En mi caso los temas se me revelan, me buscan. Ahora bien, también es cierto que mucho de lo que me interesa indagar o contar tiene que ver con ella. Así las cosas, pienso que sí voy a seguir escribiendo novelas en las cuales la violencia y los violentos sean protagonistas.

AA: ¿Creés que por las características sociales e históricas de Medellín, La Cuadra sea un texto que resista el paso de los años?

GM: El tiempo lo dirá. Aunque sea un lugar común, es lo más honesto que puedo decir. Hay obras de arte que envejecen bien y otras que no. Espero que las mías estén dentro de la primera categoría. Y no lo digo porque constituyan en sí indagaciones puntuales sobre los años ochenta o noventa en Colombia; sino porque van más allá y buscan esclarecer muchas de nuestras características más intrínsecas como sujetos. Sería muy interesante que, en unos años, la gente leyera mis libros y dijera qué bueno que esto [la violencia] quedó en el pasado. Iremos viendo qué sucede…

AA: En Las Travesías, tu segunda novela, la violencia vuelve a sus orígenes, es decir, al campo. ¿Creés que aún falta una gran novela que indague y profundice más en torno a los años de la Violencia partidista en Colombia?

GM: Creo que en Colombia hay excelentes novelas sobre ese tema. Cada una, a su manera, nos da pistas muy interesantes sobre el fenómeno de la Violencia partidista. Basta recordar obras como Cóndores no entierran todos los días, El gran burundún-burundá ha muerto o La Casa grande. Todas ellas hacen preguntas a la historia y obligan a repensarla. También están las obras de Mario Escobar Velásquez. Si vamos a lo más contemporáneo, encontraremos el recientemente publicado Informe de la Comisión de la Verdad; documento que, sin ser literario, intenta explicar las razones y formas tan cruentas de nuestra violencia.

AA:Las Travesías es muchas novelas en una. ¿Hay alguna relación con La Vorágine de José Eustasio Rivera?

GM: Podríamos decir que Las Travesías es también una novela influenciada por muchas novelas; no obstante, no tengo ni a Rivera ni a La Vorágine como influencias directas o recurrentes. Desde luego, eso no impide que yo reconozca que una novela como la que él hizo es portentosa y hace parte del canon literario colombiano con sobrados méritos. Lo que sucede, creo yo, es que todos llevamos muchos autores y obras incorporados en nuestro ser. En ese sentido, sus influencias están ahí, siempre presentes, y esperando su oportunidad para salir a flote.

Foto: Julián Gaviria. Tomada de: contextomedia.com

AA: En Las Travesías se evidencia un mal a todas luces preocupante, que no es otro que el inadecuado funcionamiento de una sociedad enferma. ¿Cuál es el alcance que tiene la literatura para transformar sociedades tan heridas como la nuestra?

GM: El poder transformador es muy relativo. La literatura no tiene un alcance que podamos denominar como grande; menos en un país, como Colombia, en el que los niveles de lectura son tan ínfimos. Creo, más bien, que el arte, en general, sí tiene un poder muy transformador para todo aquel que llegue o se acerque a él. El arte nos hace pensar y repensar la condición humana; permite convertir las ventanas en espejos. Yo hace mucho tiempo dejé de pensar las revoluciones como algo exterior, de masas. Las revoluciones que a mí me interesan están adentro de uno mismo. El arte nos hace ser más conscientes de lo que anda mal.

AA: En tu opinión, ¿goza de buena salud la literatura colombiana actual?

GM: Sí, claro. Ha gozado y goza ahora de excelente salud. Hay mucha gente haciendo cosas maravillosas. Están los casos de Luis Miguel Rivas, Pablo Montoya, Estefanía Carvajal, Giuseppe Caputo, Rubén Orozco, David Betancourt, Vanesa Rosales, Lorena Salazar, etc. La lista es enorme. Se están tratando muchos temas en una gran variedad de géneros. Creo que vamos bien, muy bien.

AA: ¿Ves en el panorama literario colombiano actual alguna otra “tradición” capaz de reemplazar la  narrativa de la violencia?

GM: Creo que todos somos conforme a nuestras circunstancias. En ese sentido, la violencia en Colombia es tan palpable, tan invasiva y tan alocada, que es muy complejo no referirse a ella. Es por eso que terminamos escribiendo, cantando, pintando y haciendo películas sobre ella. La violencia es la arcilla que permite moldear las ánforas en que metemos nuestros días. Yo no veo ningún tema que preocupe tanto a quienes estamos haciendo arte hoy en el país. Ahora, más que una tradición de la violencia, creo que hay obras que abordan la violencia, y eso puede generar esa sensación de que hay una tradición, un programa, una hoja de ruta. La violencia se impone sobre otros temas porque es el flagelo nuestro de cada día.

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