Jorge García Usta y la memoria poética del Caribe colombiano
La tradición literaria del Caribe se nutre de nombres como los de Héctor Rojas Erazo, Jaime Manrique Ardila, Meira Delmar, Giovanni Quessep, Rómulo Bustos, Óscar Delgado y Gabriel Ferrer, entre otros. Al lado de ellos, Jorge García Usta ocupó un lugar destacado a raíz de la cuidada estética de su poesía, pletórica de erotismo, alusiones históricas y símbolos de la cultura popular. Sean estas líneas la oportunidad para revisitar la obra de este autor nacido en Ciénaga de Oro (Córdoba), en 1960.
Por: Alejandro Alzate

Foto: Archivo El Universal.
García Usta nació en un momento histórico marcado por las protestas juveniles contra el belicismo internacional. En articulación con esa coyuntura, la literatura colombiana también atravesaba un momento de ruptura y búsqueda. En relación con lo primero, se pretendía superar el legado totalizante que imponía con velocidad febril Gabriel García Márquez. En lo atinente al segundo aspecto, cabe señalar que los escritores agudizaron la observación crítica de las ciudades y se convirtieron en agudos intérpretes de la realidad social y sus problemáticas. En ese proceso, los contextos regionales fueron vistos como espacios para cuestionar el capitalismo y sus prácticas en torno al consumo y la definición de estilos de vida. Del mismo modo, el artista pasó a ser percibido como un actor social que cargaba a cuestas la responsabilidad de suscitar cambios en la conciencia colectiva, en la masa que reclamaba orientación espiritual y se veía abocada a reinterpretar sus tradiciones culturales, la importancia simbólica de sus ídolos y, sobre todo, su historia fundacional.
Es por esta suerte de magisterio que lo “multitudinario” y “lo masivo”, es decir, lo popular, cobró preponderancia en la obra de Jorge García Usta. Desde temprano, este escritor sintió fascinación por estudiar la idiosincrasia, las tradiciones y los gustos que constituían la vida típica y cotidiana del Caribe. Qué mejor muestra de ello que su poema a Héctor Lavoe. Bajo el título de “Fragmentos para agradecer la voz de Héctor Lavoe”, el autor tributó sus más sentidos honores a quien tantos recibió en vida y, posteriormente, en la muerte.
Mirar por una ventana en Ponce
la indefensa nada del aire
esperando la llegada de la música
y sus concéntricos tumores de pureza
mirar la luz que roza las casas de Ponce
y mete el último sol taíno
en la propia voz de El Jefe
que es evangelio y sobremesa en los atracaderos
Nótese cómo, y muy en sintonía con los intereses de Carlos Monsiváis, el poema, desde el principio, instala tanto a la música como al cantante en lo más alto de la pirámide cultural, tipificando en simultáneo el valor simbólico para cada uno. Desde esa perspectiva, la música es representada con una pureza tumoral que se relaciona con lo expansivo, con la metástasis que llega a todas las partes del cuerpo social para cuestionarlo, acariciarlo y también, cómo no, movilizarlo al baile colectivo en comunas y casetas barriales.
El cantante, a su vez, obtiene una sacralización que lo eleva a lo litúrgico. A la esfera de lo sagrado. En un acto típicamente secular, se consagra lo profano y se hace profano lo sagrado; tal como rezan las teorías de Karel Dobbelaere y Giacomo Marramao.
Además de la semejanza con Monsiváis, Jorge García Usta dialoga también con otro renombrado escritor del Caribe urbano: Luis Rafael Sánchez. El poema y la novela
–La importancia de llamarse Daniel Santos- se funden sin resquemores genéricos en torno a la reivindicación de lo popular que determina en un alto porcentaje la vida de las comunidades afrocaribeñas. Si por un lado la política y la inquina pauperizan, el canto y el cantante liberan. Lo que ata a la miseria y la precarización económica lo desanuda y redime el son. Héctor Lavoe y Daniel Santos son ídolos, son deidades sin visos de caducidad. Están más allá del tiempo. Más allá de las modas.
García Usta nació en un momento histórico marcado por las protestas juveniles contra el belicismo internacional. En articulación con esa coyuntura, la literatura colombiana también atravesaba un momento de ruptura y búsqueda.
Pero no solo sobre música poetizó el nacido en Ciénaga de Oro. Conforme a la tradición instaurada por Ovidio en su Arte de amar, el caribeño también sucumbió con Balada de Teresa Dáger y Arenga de las mujeres necesarias, a la imperiosa urgencia de exaltar la belleza femenina. Su tributo es honesto e inteligente. Estéticamente cuidado y muy decimonónico en cuanto a la censura del amor carnal.
No hubo mujer bajo estos soles
como Teresa Dáger:
mitad cedro, mitad canoa.
Era bella, inclusive, al despertarse
y después de comer ese pobre trigo nativo
En las esquinas, a su paso,
hombres sudorosos
interrumpían las liturgias del comercio
y maldecían la muerte.
Era una forma ansiosa.
Procedía de una furia vegetal.
No la salvó tampoco su belleza.
Ahora, a los ochenta años,
a diferencia de otras que fueron feas y felices,
Teresa Dáger sueña sola en el piso quince,
rodeada de zafiros derrotados.
Y solo piensa en ese arriero de Aleppo
que el 7 de agosto de 1925
la miró con ganas y silencio
tres segundos antes que su padre
la enviara al destierro de la trastienda.

Foto: Archivo El Universal.
Fascinado por la inserción de la cultura árabe en el Caribe colombiano, el poeta remite al lector a Aleppo, la ciudad más poblada de Siria. Interesante resulta la correspondencia entre la densidad demográfica del poblado y los hombres -que parecen ser muchos-, y están al acecho. En ese contexto, la expresión hombres sudorosos… establece una relación cuantitativa entre lo poético y lo extra textual. El escritor es fino a la hora de crear mundos en los cuales lo anecdótico no ahoga lo poético. Ahora bien, en el momento en que se hace referencia a las liturgias del comercio, se alude al carácter mercantil y capitalista de la cultura del Oriente Medio. También en esta parte del mundo, permite inferir el poema, el nuevo Dios es el dinero que estimula la ilusión de comprar la felicidad. Finalmente, el poema reivindica la supremacía de la masculinidad y la pondera en el primer lugar dentro de los inventarios del privilegio. Al igual que sucede en las novelas del siglo XIX, existe un padre que destierra no tanto a la hija sino -sobre todo- a la posibilidad de que la desborde la fascinación inherente al deseo.
En el caso de Arenga de las mujeres necesarias, el bardo elabora una oda no exenta de la sensualidad del poema anterior. Prueba de ello son los versos en los que señala, por ejemplo, esos “Muchos deseos de noche a su tercer labio”. Asimismo, al referir la condición de “bestias lentas exigiendo carne y viento”,queda manifiesta la necesidad de atender los ardores de la pasión que dan paso a los deliquios del cuerpo. El poema, cuán extenso es, legitima la condición del goce.
Desde temprano, García Usta sintió fascinación por estudiar la idiosincrasia, las tradiciones y los gustos que constituían la vida típica y cotidiana del Caribe.
Si se aprecia ahora un poema como “Postdata para Fellini”,se aprecia cómo el poeta relaciona su fuerza creadora con los ídolos populares. No en vano, y así como antes se aludió a Héctor Lavoe, en esta ocasión se menciona a Bob Dylan. Se alude también a Roma, a El Bosco y a la motocicleta que expedita se autoproclama emblema de la modernidad industrial.
No me digas que ahora no hay quien sople
las canciones romanas en el descanso
mientras el actor te mira como a un almanaque cesáreo
y la actriz sueña con darte sus pezones alcanforados
y la película corre como un venado
por entre tus propios callejones de vidrio
y la asamblea de periodistas alcanza
a saber que eres un hombre con éxito y diarreas
y tú haces crecer el mundo
poniendo en una servilleta
esos encuadres descomunales
que parecen simples delirios de El Bosco
gritos crepusculares de Dylan
productos de la siesta sin guardianes
o del prolongado bostezo frente a la plaza
que nadie entiende mientras en otra parte
la luz está encendida
afuera los perros aúllan como lobos huérfanos
las motocicletas pasan creyéndose proclamas modernas
entonces la tía de grandes tetas se desnuda frente al espejo
y de los castigados sostenes
salen las tierras y las enfermedades y las guerras
y por el ojo de la cerradura
el niño mira cómo nace el mundo
adivina el pasado
y sesenta años después muere
con el único ojo que le sirve al siglo
pegado
a esa cerradura.
Además de la referencia al ídolo popular, es interesante observar la fusión entre lo contemporáneo y la historia. No debe pasar de soslayo la tímida y sui generis alusión a Rómulo y Remo. Cuando “afuera los perros aúllan como lobos huérfanos” se produce una inversión en los roles. Si en el conocido mito romano los lobos cuidan a Rómulo y su hermano, supuestos fundadores de la ciudad, en su poema García Usta propone un acercamiento diferente. En este los cuidadores experimentan la orfandad y la humanidad de los hermanos se metamorfosea en la encarnación animal del perro.
Finalmente, es preciso mencionar que Jorge García Usta, fallecido a muy temprana edad (45 años), se consolidó como uno de los poetas más importantes de las décadas de 1990 y 2000 en Colombia. Su poesía en prosa tuvo tantas influencias como él mismo. Su sangre caribe y a la vez oriental lo dotó de una sensibilidad particular. Para él, filósofo y abogado, la escritura fue un gran observatorio de lo social, de lo popular y de la condición humana. Queda su obra, vasta por cierto, para conocerlo en profundidad. Se destacan de ella títulos como Noticias desde otra orilla (1984), Libro de crónicas (1989), El reino errante (1991), La tribu interior (1995), Cómo aprendió a escribir García Márquez (1995) y, en honor a Héctor Rojas Erazo, Vigilia de las lámparas y La magnitud de la ofrenda (2003).
