Jorge Amado: un brasilero universal
Jorge Leal Amado de Faria, mejor conocido en el argot cultural hispanoamericano como Jorge Amado, sigue siendo, veintiún años después de su fallecimiento, uno de los narradores más importantes de Brasil. El autor, raizal de Itabuna, nació el 10 de agosto de 1912 y murió el día 6 del mismo mes en 2001. Su obra, traducida a una cincuentena de idiomas, refiere, entre muchas otras cosas, las bondades de su tierra natal y la fascinación que el escritor sintió siempre por ella. He aquí un sentido homenaje a la trayectoria intelectual, literaria y política de este escritor universal.
Por: Alejandro Alzate

Foto: cuentosyautoresdeloomlatinoamericano.weebly.com
I. El hombre de letras, el hombre que no falseó la realidad de su pueblo
En 1931, Jorge Amado empezó a construir su vasta obra literaria. Fue El país del carnaval la novela con la cual el narrador y ensayista debutó editorialmente en su país y en el extranjero. Oriundo de Itabuna, municipio situado al sur del estado de Bahía, Jorge Amado fue uno de esos autores que creyó firmemente en el compromiso político y en la función social de la literatura. Para él, la grandeza de la misma consistía en su poder de evocación y su capacidad para conmover y sacudir las conciencias. Así se lo dejó saber, en 1982, a la periodista venezolana Ana Cecilia Guerrero: “Es un privilegio el poder expresar y transmitir emociones, como grave es el hecho de que a través de la palabra se pueda llegar a influenciar sobre la gente”. Si bien esto último puede sonar extraño, más en un escritor para quien la militancia política no fue ajena, logra explicarse a partir del repudio por todo aquello que desviara de su cauce natural la inocencia histórica de los pueblos.
Una cosa, pensaba el autor de Doña flor y sus dos maridos, era que “del escritor dependieran, en gran medida, el cambio, la transformación y el progreso de [los] pueblos”; y otra, muy distinta, era que la literatura se usara como un medio más de opresión, como un método que se sumara a la interminable lista de procedimientos que han existido, desde siempre, para manipular las conciencias de las gentes. Para Jorge Amado, la literatura no fue nunca artificio solitario ni imaginación vacía, sin propósito; por el contrario, escribir fue para él develar la verdad de un país ―como el suyo― y un continente ―como el nuestro―, doblegados por siglos de opresión del colonialismo económico, cultural y racial.
Es por eso que, en novelas como Tienda de milagros, por ejemplo, se aprecia con claridad la sanción que sufre el personaje protagónico ―practicante del candomblé en sus años mozos― cuando se anima a escribir sobre la vida como experiencia y sobre la cultura mestiza bahiana. Las realidades que la trama revela son las que, a la larga, hacen que el hombre sea segregado socialmente por las élites blancas universitarias e intelectuales. Lejos de ser un hecho aislado, el episodio de exclusión tiene el objetivo de establecer un contrapunteo entre el poder hegemónico y las comunidades marginales que se debaten entre el ninguneamiento y el azar por sobrevivir. Además de lo ficcional, en tanto técnica e inventiva, Jorge Amado siempre sostuvo un preclaro interés por evidenciar los cambios que eran necesarios realizar para que los latinoamericanos tuvieran condiciones de vida mejores, más dignas y justas, según la modernidad civil de los pueblos.
En calidad de heredero de los acalorados debates que sobre el compromiso del escritor se sostuvieron en la década de 1930, el brasilero tuvo siempre, al igual que Roberto Arlt en el caso argentino, una aguda conciencia social en la cual el entrecruce de seres instalados en estratos sociales distintos dio cuenta, con honestidad y sin exageraciones, de las tensiones de ciudades que buscaban las huellas de su autenticidad perdida en los dictámenes culturales y políticos de Europa y Norteamérica. Puede decirse que la prosa de Amado construyó una estética realista que, en medio de la belleza y la fuerza sugerente del lenguaje, permitió entender tanto la crisis moral de su país, como el desinterés de los gobiernos ―el suyo y de paso los nuestros― por mejorar las condiciones de vida de las poblaciones.
Para Jorge Amado, la literatura no fue nunca artificio solitario ni imaginación vacía, sin propósito; por el contrario, escribir fue para él develar la verdad de un país ―como el suyo― y un continente ―como el nuestro―, doblegados por siglos de opresión del colonialismo económico, cultural y racial.
Desde la perspectiva del abandono, una novela como Capitanes de la arena (1937) adentra al lector en un contexto indolente en el cual unos niños callejeros deambulan, a su suerte, por la ciudad que los invisibiliza. Tras cometer todo tipo de latrocinios, al igual que en El juguete rabioso, de Roberto Arlt, la infancia se relaciona con todas las formas de lo no deseable, del dolor y la segregación. La fuerza de la denuncia social que propone la obra, le significó a Jorge Amado que la misma fuera confiscada y quemada por el régimen del dictador Getulio Vargas en la plaza pública principal de Salvador de Bahía. La molestia de las élites gubernamentales y culturales, para quienes todo estaba bien, no se hizo esperar. No obstante, ese mismo hecho, la quema, le dio al libro una trascendencia y un eco impensado. Lectores de todas partes del mundo empezaron a seguir la carrera literaria del por entonces joven autor que escribía, con corazón, pero con conciencia, sobre los problemas de su contexto a sabiendas de que también, lejos del Brasil, la realidad era igual de aplastante. En el caso de Sudor, su novela de 1934, la pluma del escritor textualizó cómo en su amada Bahía prostitutas, vendedores, seres anónimos, derrotados, lavanderas, mendigos y, en sí, todo el conjunto de desastrados que habitan la ciudad. Es importante rescatar el interés del autor por evidenciar lo que constituyó ―y constituye aún hoy― la realidad de desigualdad y segregación que padecen los menos favorecidos. En la repetición sucesiva de esos ejes temáticos, cabe precisar, no hay el menor asomo de pobreza creativa; es decir, Jorge Amado no se repitió. No reescribió una y otra vez la misma historia de dolores e ignominias porque haya sido su fórmula al éxito. No se trata de falta de imaginación. Se trata, por el contrario, de un afán por testimoniar las vilezas de las sociedades modernas. Las vilezas de la sociedad de su natal Brasil. He ahí el compromiso social del autor hoy perfilado; he ahí la razón por la cual Jorge Amado tiene un sitio dentro del conjunto de los más grandes escritores de esta América amarga y mestiza.

II. El hombre político, el hombre de armas tomar
El compromiso de Jorge Amado no fue solo literario, creativo o estético. Su personalidad analítica lo llevó, desde muy joven, a militar en las huestes del partido comunista. Entre las décadas de 1930 y 1950, principalmente, el escritor tuvo filiación directa con la izquierda radical. Lo cual, como era de esperarse, le granjeó la animadversión de un amplio sector de la crítica literaria brasilera, que lo vio como un redactor de panfletos y diatribas.
No obstante esta situación, lo que hizo en realidad Jorge Amado fue unirse a un importante grupo de autores brasileros y latinoamericanos que tomaron posición contra los gobiernos de derecha que no habían sido capaces de enrutar a América Latina hacia la modernidad y, además, la estaban sumiendo en la más grande de las degradaciones: el atraso cultural y el complejo racial. Los años de militancia le sirvieron al por entonces joven escritor para elaborar algo que los críticos reconocen fundamental en su obra y en su pensamiento: su malestar con la historia política de América Latina; misma que ha desvirtuado la auto imagen que de nuestros pueblos tenemos para sumirlos ―y sumirnos― en la miseria y la desesperanza; en la confusión y el sin rumbo. Dentro de la “liga” de intelectuales a la que Amado se unió, también estaban los brasileros Dalcidio Jurandir y Patricia Galvao, el chileno Pablo Neruda, el cubano Nicolás Guillén y el peruano Julián Huanay, entre otros, como bien lo reseña en su texto Comunismo y novela en el brasileño Jorge Amado la investigadora Daiana Nascimento dos Santos. A la par de la unión al coro de voces que en el continente iban agrupándose para clamar por la reconstrucción social, Jorge Amado libró su propia batalla cultural ―literaria― contra los adláteres de Getulio Vargas, quienes necesitaban legitimar, a como diera lugar, un relato nacional convincente en torno al denominado Estado Novo. Fue a raíz de sus convicciones políticas que, en 1946, el natural de Itabuna logró ser parte de la Asamblea Constituyente en representación del Partido Comunista. De igual forma, y en razón de sus mismas convicciones políticas y de sus posturas progresistas, Jorge Amado tuvo que marcharse al exilio; primero en Francia y después en Checoslovaquia. Con el final de la década de 1950, el creador de Gabriela, clavo y canela dejó la militancia política para dedicarse exclusivamente a la literatura. Fueron años felices.
El compromiso de Jorge Amado no fue solo literario, creativo o estético. Su personalidad analítica lo llevó, desde muy joven, a militar en las huestes del partido comunista. Entre las décadas de 1930 y 1950, principalmente, el escritor tuvo filiación directa con la izquierda radical. Lo cual, como era de esperarse, le granjeó la animadversión de un amplio sector de la crítica literaria brasilera, que lo vio como un redactor de panfletos y diatribas.
III. Lo brasilero y la construcción de un perfil nacional
A modo de conclusión, hay que mencionar que la literatura de Jorge Amado se suma a los esfuerzos por construir un perfil nacional en torno a la libertad y los valores democráticos de los pueblos. La perspectiva que de la política y la cultura tuvo el escritor fue la mejor garantía para elaborar una visión de país ―y del sujeto cultural― alejada de los exotismos.
En ese sentido, las extravagancias asumidas a las noches de carnavales interminables repletos de mulatas libidinosas y amantes infatigables, no son el dispositivo desde donde se construyó la idea del Brasil y lo brasilero. Ahora bien, cierto es que, en la producción del autor, la sensualidad tuvo una presencia real, al igual que el humor; no obstante, el abordar esa expresividad carnal fue más una forma de explicar la condición humana misma que una tentativa construcción de la idea de lo nacional. Sean estas páginas, pues, la excusa para revisitar la obra de este autor que nos enseña quiénes somos y cuál es el compromiso que tenemos con nuestros pueblos.
