Crónica

Lo que no se cuenta y lo que se cuenta mal

Por: María de las Mercedes Ortiz Rodríguez
Profesora de la Escuela de Estudios Literarios, Univalle

Hacienda Cañasgordas.
Foto: Facebook Hacienda Cañasgordas.

En días pasados visité con una amiga antropóloga y compañera de estudios la Hacienda Cañasgordas, que se hizo famosa por la novela El alférez real de José Eustaquio Palacios, ubicada en el perímetro urbano de Cali: calle 22#110-120. La hacienda fue construida en el siglo XVIII y era considerada la más grande e importante del suroccidente de la Nueva Granada. Limitaba al norte con el río Lili “hasta el río Cauca”; al sur con el río Jamundí; al este con el rio Cauca, y al oeste con la cordillera o “farallones”.  Abastecía de alimentos a las explotaciones auríferas del Chocó y el Cauca y funcionaba con mano de obra esclavizada.

Llegamos a la hacienda un domingo soleado en el que se celebraba el Día de la Madre y quedé impactada por la belleza del sitio: el paisaje, los jardines interiores, la casa. Ofrecían una visita guiada y la tomamos, aunque a mí en general no me gustan, pocas veces hay guías que valgan la pena y esta no fue la excepción.

 El guía es un arquitecto, nunca supe su nombre, y cuando empezó su relato sobre la hacienda me encontré con una historia patria tradicional. El señor resaltó el valor de la hacienda como primer lugar de la Nueva Granada donde los criollos pidieron iguales derechos que los peninsulares, aunque sin dejar de reconocer al rey de España, lo cual sucedió 17 días antes del 20 de julio en Santafé de Bogotá con el episodio del florero de Llorente. Exaltó el valor del dueño de la hacienda y alférez real Don Joaquín Caycedo y Cuero y nos mostró muy emocionado una copia del acta redactada por esta junta de gobierno en Cali. Hasta ahí nada diferente de la historia patria que me enseñaron a mi hace 62 años y que yo aprendía con fervor, memorizando nombres, fechas y sucesos. Tanto que hacia concursos de historia con mi tío jesuita y ganaba bastantes dulces. Los años, la experiencia de vida en Colombia y mis estudios me apartaron de este fervor y me llevaron a ver los entresijos y entretelas de las versiones oficiales de la historia.

En ninguna parte de la hacienda hay una mención a los esclavizados, ni una visión crítica del sistema esclavista; han sido borrados de la historia y el oprobioso sistema naturalizado. Tampoco se habla de los indígenas que habitaban la región a la llegada de los españoles.

 El guía no hizo ni una sola mención de la situación de los esclavizados en esa inmensa hacienda y se limitó a contar que los negros sí habían participado en las luchas por la Independencia, mientras que los indios no habían hecho nada y ahora sí venían a dar la lata y armar problema—en verdad, no recuerdo la expresión exacta—, evidente alusión a la participación de la Minga indígena en el paro nacional del año pasado.  Esto sí rebasó mi paciencia e intervine diciendo que los indígenas no habían participado en las guerras de Independencia porque tenían miedo de que la élite criolla les arrebatara las tierras de resguardo que les había concedido la corona española para que no desaparecieran de la faz de la tierra y los conquistadores y colonos españoles se quedaran sin mano de obra. Así sucedió efectivamente, una vez proclamada la república, las élites fuera cual fuera su credo y color, se lanzaron como buitres sobre las tierras de los indígenas y cientos de comunidades fueron desposeídas. Proceso que narra con todo lujo de detalles el historiador Juan Friede en su libro El indio en lucha por la tierra, al referirse a la suerte de las comunidades del Cauca. También dije que como ciudadanos regidos por la Constitución del 91 teníamos la obligación de conocer y respetar a los grupos étnicos del país y que no se podía seguir divulgando esa historia trasnochada y patriotera que desconocía por completo las nuevas tendencias de la historia, la antropología etc. Trasnochada y patriotera, pero vivita y coleando en las mentes de las élites regionales y nacionales que quieren seguir defendiendo a través de ella sus derechos y privilegios y que se sigue enseñando tal cual en muchas regiones del país. La fuerza de esta historia y de los que la pregonan se hizo evidente con la explosión de racismo durante el paro y en los ataques verbales y armados contra los indígenas.

Foto: Facebook Hacienda Cañasgordas.

En cuanto a los negros, sí, habían luchado bajo la promesa de que los liberarían y no se la cumplieron de inmediato ya que la élite criolla postergó la abolición hasta 1851, 30 años después de la Independencia.

En ninguna parte de la hacienda hay una mención a los esclavizados, ni una visión crítica del sistema esclavista; han sido borrados de la historia y el oprobioso sistema naturalizado. Tampoco se habla de los indígenas que habitaban la región a la llegada de los españoles. Esto debe hacerse, siguiendo las nuevas visiones de la historia nacional, la Constitución del 91 y por la justicia y reparación históricas que tanto afrodescendientes como indígenas se merecen. La Hacienda Cañasgordas es un bien público, aunque está en manos de una fundación privada, y podría pedir apoyo del Museo Nacional, por ejemplo, en donde se transformó fundamentalmente la visión que se ofrecía antes en la institución de la historia de Colombia.

Foto: Facebook Hacienda Cañasgordas.

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