La espada de Bolívar
Por: Miguel Ángel Gutiérrez
Estudiante de Licenciatura en Literatura, Univalle

Foto: mentesalternas.com
“Bolívar no ha muerto. Su espada rompe las telarañas del museo y se lanza a los combates del presente. Pasa a nuestras manos y apunta ahora contra los explotadores del pueblo”, anunciaba la nota encontrada en la escena del robo, perpetuado por el entonces naciente grupo armado M-19, que había dejado su marca con pintura negra en una pared del museo Quinta de Bolívar, en el centro de Bogotá, lugar donde se resguardaba la espada. Fue el 17 de enero de 1974 cuando Álvaro Fayad, uno de los lideres del movimiento, ingresó al museo comandando el grupo de cinco hombres que efectuarían el robo. Existen diversas versiones, entre las que destacan el uso de un falso gringo como señuelo para despistar a los custodios de la espada, así como aquella que habla sobre una fuerte intimidación a los pocos guardias que había en el momento. Junto a la espada también fueron hurtados los estribos de plata y las espuelas del general, bajo un plan que contó con meses de planeación.
Ninguno de los miembros esperaba que el hecho se convirtiera rápidamente en un alboroto. El robo fue un golpe para el Estado, pero la magnitud del suceso marcó un punto de quiebre en la historia del grupo armado. Un año después de la sustracción de la espada, el número de miembros ascendió de 30 militantes a 200, entre personas armadas y no armadas, de acuerdo con la investigadora y exmiembro del M-19, Stella Sacipa. Desde ese momento, recuperar la espada se convirtió en una prioridad para todos los sectores políticos del país. Los militares, por su parte, veían el recuperar la espada como una cuestión de honor; tanto así, que se rumora que incluso acudieron a brujos y adivinos con tal de encontrarla. “Orden del día: recuperar la espada del Libertador”, se leía en los periódicos. Lo cierto es que el trabajo ejercido por el M-19 fue efectivo, pues por mucho tiempo la espada no regresó a manos del Estado, convirtiéndose así en un símbolo representativo del movimiento.
Fueron 17 años en los que se desconoció el paradero de la emblemática espada. Solo personas de alto rango en la militancia del M-19 sabían su ubicación exacta. Si bien no se sabe a ciencia cierta todos los lugares donde estuvo guardada, se conoce que su paradero no fue estático los primeros meses, pues uno de sus destinos temporales fue un prostíbulo y, posteriormente, llegó al entonces barrio Santa Fe, a la carrera 16ª N° 23-35, la casa de León de Greiff. El poeta, quien mantenía una estrecha relación con Álvaro Fayad desde años antes del nacimiento del M-19, además de compartir los ideales bolivarianos, sirvió de guardián de la espada durante un tiempo. Quienes conocieron al poeta, quien entonces tenía 79 años, mencionan el orgullo que sentía de Greiff al servir de custodio. Según se cuenta, al llegar a la casa del hombre lo primero que hicieron fue limpiar la espada, para posteriormente envolverla en una manta y meterla en una tula que reposaría en una estantería que se encontraba en una habitación del segundo piso.
El robo fue un golpe para el Estado, pero la magnitud del suceso marcó un punto de quiebre en la historia del grupo armado. Un año después de la sustracción de la espada, el número de miembros ascendió de 30 militantes a 200, entre personas armadas y no armadas, de acuerdo con la investigadora y exmiembro del M-19, Stella Sacipa. Desde ese momento, recuperar la espada se convirtió en una prioridad para todos los sectores políticos del país.
Dentro de la casa también fue movida a varios lugares en repetidas ocasiones, llegando a ser uno de estos la parte posterior de una antigua mesa de madera. En 1976, unos meses antes de la muerte del poeta, la espada sería removida de su hogar. Lo que pasó con la espada tras salir de este lugar es información desconocida; se puede asumir que la costumbre de mover la espada se mantuvo, pues se rumora que incluso llegó a la isla de Cuba. Los posteriores guardianes de la espada fueron diversos artistas e intelectuales, de los cuales se desconocen los nombres a excepción de uno: Luis Vidales. Las acciones tomadas por parte del Ejército contra los eruditos que cuidaron la espada fueron bastante cuestionables. Los militares profanaron la tumba de León de Greiff en busca de la espada, tras el rumor que se esparció de que el M-19 pudo haberla enterrado junto a su cuerpo. Adicionalmente, el escritor Luis Vidales fue detenido y llevado, con una venda en sus ojos, a unas caballerizas militares donde lo mantuvieron durante varios días. En 1986 se creó la llamada Orden de los guardianes de la espada, conformada por 12 personas elegidas por el M-19 quienes representaban, en sus palabras, una historia de lucha contra el imperialismo por la democracia y la soberanía nacional. Cada uno de ellos recibió una réplica de la espada en oro y un pergamino que los acreditaba como miembros de la Orden.
El 19 de enero de 1991, un titular del periódico El Tiempo decía en letras mayúsculas: “¡Apareció la espada de Bolívar!”. La guerrilla, que venía llevando un proceso de paz desde hacía dos años bajo el gobierno previo del expresidente Virgilio Barco, aseguró que tenía en su poder la espada del Libertador y anunciaba el plan de devolverla dos días después, el 31 de enero. No hubo mayor explicación y así se hizo. La entrega se realizó en la Quinta de Bolívar, el mismo lugar de donde fue extraída inicialmente, y fue el excomandante desmovilizado Antonio Navarro Wolf, quien la entregó en medio de una cuestionada ceremonia por parte de los miembros del M-19. Ese mismo día, y por orden del entonces presidente Cesar Gaviria, la espada fue llevada hasta el Banco de la República.

Foto: eltiempo.com
Desde entonces, la espada aguarda en una de las bóvedas de la Casa de Nariño. Tras las elecciones presidenciales de junio de este año, el presidente de la República Iván Duque Márquez y el presidente electo Gustavo Petro visitaron dicha bóveda. En su reunión con la espada, representación del movimiento M-19 del que Petro fue militante, este señaló la naturaleza desnuda de la espada al encontrarse sin su vaina. Ante esto, Duque manifestó tenerla así por gusto propio, ignorando el juramento que Simón Bolívar hizo en el monte sacro de Roma tras ser electo como gobernante: no envainar la espada hasta ver a su pueblo libre de injusticia.