Se fue el rey, se marchó Harry Belafonte
A la gente de Old Providence. “Daylight come and me want go home”

Foto: amsterdamnews.com
Por años escuché de los labios cantores de las islas caribeñas el inmortal verso – La luz del día llega y me voy a casa -. Lo escuché de los jóvenes músicos de Old Providence y Santa Catalina, de los niños y folcloristas de San Andrés, de las señoras cuando cocinaban y de los hombres cuando iban a la pesca. Pareciera que ese verso cantado formara parte de un poema santificado, convertido en la plegaria de una religión mestiza, consagrada a enaltecer los quehaceres cotidianos, una religión cuya única fe es cantar en melodías asincopadas, de progresiones armónicas o sucesión de acordes.
Porque así están compuestas las canciones de Harry Belafonte, llamado con justicia: El rey del calipso o calypso, el género musical que perdura en el extenso Caribe insular y en algunos países de la costa caribeña.
Sí, por años mis oídos se acostumbraron a la voz delicada de Belafonte y a su poesía, hasta que llegué a pensar que ese era el tono cotidiano de una comunidad que habita desde New Orleans hasta las costas de Colombia y Venezuela, pasando por Trinidad, Jamaica, Gran Caimán, Bahamas, Martinica y todas las poblaciones que diversifican el idioma inglés en palabras rítmicas, pobladas de metáforas, o un canto acompañado por una progresión de acordes, rica en estribillos al son de tambores, arpegios de guitarra y melodías de mandolina, que parecieran salir del mar o caer de las noches estrelladas sobre playas de ensueño, de anemonas y corales, porque Belafonte, su máximo cultor, no pudo jamás separar sus creaciones del mar de Jamaica, de esa gente con la que compartió su vida desde sus ocho años hasta los trece.
El calipso, llamado en sus orígenes africanos “cayso”, es una canción popular afroamericana. Nació destinado a transmitir historias, noticias y sucesos cotidianos. Su origen nos remite a Trinidad y Tobago, donde ha debido llegar con los africanos que viajaban maniatados en las carabelas españolas. Después de renacer en las plantaciones de caña de azúcar, a golpe de perrero en la espalda del hombre esclavizado, se diversificó. El género, como toda evolución artística, no estuvo exento de las vicisitudes sociales, y así fue como llegó a Venezuela, viajando en los labios de los esclavos que eran separados de sus familias, y aunque es un género anglófono y contadas veces francófono, en Venezuela el calipso mutó en un estilo llamado calipso callao, o calipso territorial, acompañado con más instrumentos, pero siempre cantado en inglés.
Su historia está unida a la historia de América. Cuando el calipso renació, estuvo arrullado por tambores, maracas, mandolinas, guitarras y dos curiosos instrumentos de origen insular: el tinafono y el jawbone.
La mandolina, un instrumento cardófono con una caja de resonancia cóncava o plana, de ocho cuerdas, afinadas como un violín, -sol-re.la-mi- pulsadas con un plectro similar al que usan los guitarristas del rock, su función es mantener la melodía, entrar y salir en los compases cuando el cantor hace silencio.
Los hechos de la vida de Belafonte son todos importantes. Harold George Bellafonti nació a la vida en Nueva York hacia 1927 y podemos decir que no murió, que alcanzó la inmortalidad y se despidió del mundo en Manhattan, en West Side, el veinticinco de abril de 2023, a los 96 años. Era hijo de un cocinero de barco nacido en Martinica y de una bella mujer de Jamaica, a donde el matrimonio se mudó y donde Harry vivió de los ocho a los trece años.
El jawbone es un instrumento único, originario del Caribe insular. Se fabrica con la parte inferior de la mandíbula del caballo, a veces hervida y secada al sol y muchas veces puesta sobre un nido de hormigas con el fin de que la liberen de residuos orgánicos y los molares se aflojen y produzcan el “castañeteo” que se logra dando el primer golpe con la mano y el segundo frotando los molares con una bagueta de madera.
La tubba o “tináfono” es la usual tina de lavar la ropa convertida en un bajo. Para lograr su resonancia, la voltean boca abajo, le abren un orificio en la mitad por donde sale una cuerda que se amarra a la parte superior de un pedazo de palo, la parte inferior del palo se apoya en el borde de la tina y la cuerda es tensada por el músico logrando tonalidades de acompañamiento. En ese instrumento se comprueba el oído musical y el talento rítmico de los músicos intérpretes del calipso.

Foto: EP.
El Steel drums o el tambor metálico. Originalmente se fabricó con barriles de acero llamados Steel drums, templados en escalas cromáticas por los mismos músicos artesanos. Los intérpretes de este instrumento se llaman: calipsonianos, su mejor interprete es el anciano costarricense Walter Ferguson.
Los hechos de la vida de Belafonte son todos importantes. Harold George Bellafonti nació a la vida en Nueva York hacia 1927 y podemos decir que no murió, que alcanzó la inmortalidad y se despidió del mundo en Manhattan, en West Side, el veinticinco de abril de 2023, a los 96 años. Era hijo de un cocinero de barco nacido en Martinica y de una bella mujer de Jamaica, a donde el matrimonio se mudó y donde Harry vivió de los ocho a los trece años. Luego tuvo la suerte de crecer en Harlem y vivir las influencias del movimiento llamado el Renacimiento de Harlem, renacimiento de las artes que se extendió desde 1920 a 1930, donde conoció al Duque Ellington, Billie Holiday, Ella Fitzgerald, y se hizo amigo del poeta Langston Hughes, de quien con seguridad se influenció en sus versos.
Como Hemingway, como William Faulkner y tantos de su generación, participó en la Segunda Guerra Mundial sirviendo en la Marina de los Estados Unidos. Fue activista y luchó al lado de Martín Luther King jr por la igualdad de los negros en Estados Unidos. Fue amigo íntimo del actor Sidney Poitier a quien amó como a un hermano y de Marlon Brando a quien admiraba por la solidaridad que este sentía en las luchas por la igualdad racial. Su relación con la creación estuvo forjada por el fervor esencial de un solo pensamiento: “El papel del arte no es mostrar la vida, sino, enseñar cómo debe ser la vida”.
Su recorrido por la música fue insigne. En un comienzo, influenciado por Harlem y por el saxofonista Lester Young, se inició interpretando temas de jazz, blues, del pop y luego se decidió por el folk. Cierta noche, tocando en un garito llamado Village Vanguard fue descubierto por un ejecutivo de la RCA Víctor con quienes firmó el primer contrato.
Sospecho que otra música lo seguía desde su niñez. Recordemos que las primeras percepciones de la infancia y la creación artística suelen ser buenos amigos y quizás fueron el influjo de su vida en Jamaica, o la voz de sus padres las directrices de su destino hacia el calipso, esas voces le reclamaron ser el portador de unas raíces que nadie poseía y entonces, el arrullo del mar, el color azul del cielo estrellado sobre palmeras en playas coralinas, la danza al paso acompasado de las caderas del África lo inspiraron y lo coronaron como el rey del calipso.
Descansa en paz Harry Belafonte, que la luz del día viene y tú ya regresas a casa.
