Ucrania o el mundo en guerra… otra vez
Cada cierto tiempo, la humanidad vuelve a sentir las aguas de la guerra en alguna parte del mundo, como si pese a todo no hubiéramos aprendido a resolver los conflictos civilizadamente. Esta vez, Rusia se enfrenta contra Occidente en un remake de la Guerra Fría, que al parecer nunca se terminó y solo cambian los protagonistas y el campo de batalla.
Por: John Restrepo Aparicio
Estudiante Administración de Empresas, Univalle
A Rusia le preocupa el surgimiento de un nacionalismo en Ucrania que se defina por su oposición a Rusia.
Foto: bbc.com
La temida invasión a Ucrania ha comenzado. En unas cuantas horas, las redes sociales y los noticieros se llenaron de imágenes del ataque de las fuerzas armadas rusas sobre su vecino europeo, de los edificios destruidos, del triste desplazamiento forzado de ciudadanos por la guerra (algo que los colombianos conocemos muy bien) y un aire en el ambiente de dolor y desesperanza, como si algo se hubiera roto en el mundo.
Hasta hace unas semanas los medios de comunicación parecían temer el nacimiento de este conflicto, pero en realidad la guerra había empezado años atrás, desde la anexión de la Crimea de Ucrania por parte de Rusia por allá en el 2014, donde las tropas rusas literalmente entraron al territorio de otro país y se lo quedaron a la fuerza. Los motivos de este suceso vienen desde hace tiempo y, como en muchas ocasiones, las causas finales de la querella se pierden en la historia, en innumerables actos de las últimas décadas y las acusaciones contra el otro, de uno y otro lado.
Para empezar, Ucrania y Rusia hacían parte de la extinta Unión Soviética (URSS), al igual que otras repúblicas importantes para los acontecimientos del presente, como Estonia, Letonia, Lituania y Polonia. Al integrarse a esta superpotencia, se vio con buenos ojos que Rusia cediera Crimea a Ucrania, pues era más fácil para esta última aportar agua a esta región. En ese entonces no había ningún problema, porque todos estos países eran uno solo y estaban integrados a la URSS.
Con la caída y disolución de la Unión Soviética estas naciones se independizaron y quedaron con más o menos los mismos territorios que tenían antes. Ucrania, por consiguiente, se quedó con la Crimea de Rusia, donde se había construido una importante base militar, la única que da acceso al mar Negro en la ciudad de Sebastopol. A pesar de que todos estos países tomaron rumbos separados, aún conservaban poblaciones étnicas similares, un idioma común hablado por gran parte de sus habitantes (el ruso) y una nostalgia generalizada por el comunismo, así como importantes relaciones con Rusia.
Sin embargo, con el paso del tiempo, muchos de estos países empezaron a acercarse cada vez más a Europa y a Estados Unidos, lo cual dejó un tufillo de pérdida para Rusia, que empezó a ver cómo se empezaban a alejar de ella algunas regiones que solían ser su área de influencia.
Fue en ese contexto en el que Ucrania buscó firmar un acuerdo de integración con la Unión Europea en el 2013, el cual sería vetado por su odiado presidente Víktor Yanukóvich, quien, al contrario, sugirió estrechar lazos con los rusos, de quien es simpatizante. Ahí se armó Troya. Miles de manifestantes salieron a protestar a las calles pidiendo libertad y una mayor cercanía con Occidente, obligando a dimitir al presidente.
Moscú vio una oportunidad para recuperar su antigua región, y con la excusa de proteger a la población rusa de Crimea (donde son mayoría), ingresó tropas y tanques tomándose a la región. Sí, aunque suene increíble en estos tiempos, militares de un país entraron a territorio de otro y se lo quedaron ante la mirada muda de los demás países. Para legitimar las cosas, hicieron un cuestionado referendo controlado por el gobierno ruso en el que, como cosa rara, la mayoría optaron por la integración a este. Ucrania, completamente sola y sin la fuerza necesaria para recuperar su territorio frente a un oso grande como Rusia, simplemente no hizo nada.
Al mismo tiempo, en otras zonas de Ucrania con una importante población étnicamente rusa como Donetsk y Lugansk, surgieron grupos guerrilleros exigiendo la independencia y la anexión a este país, logrando tomar desde edificios gubernamentales hasta ciudades enteras. Ahí empezó la guerra del Donbass que no se ha detenido hasta ahora, con más de un millón de desplazados. El ejército ucraniano, sin fuerzas, vio de súbito la aparición de cientos de milicias ciudadanas dispuestas a defender el país de los separatistas. Ese es el conflicto en el que está sumida esta nación hasta ahora, con una parte de su territorio en poder de fuerzas pro occidentales y otra en manos de simpatizantes pro rusos.
Dicen que “las grandes potencias no tienen aliados, tienen intereses”, y eso aplica para todas, sin importar su ideología, si son de izquierda o de derecha, a menudo los grandes terminan jugando con los más pequeños. Porque a partir de aquí la situación se vuelve más compleja, y para entender este conflicto, ahora debemos hablar de política, energía, y por supuesto, Estados Unidos.
Soldados ucranianos en el este del país.
Foto: Ministerio de Defensa de Ucrania. Tomada de: elordenmundial.com
Para Rusia estas acciones, el apoyo a guerrillas separatistas, el envió de tropas a otro país o la anexión de Crimea, donde se encuentra su única base naval en el mar negro, obedecen a un acto de legítima defensa. Según su presidente Putin, al momento de disolverse la URSS, la OTAN con Estados Unidos a la cabeza prometieron no avanzar más hacia el Este, pero nada de eso hicieron. Varias republicas exsoviéticas como las mencionadas Estonia, Letonia, Lituania y Polonia se unieron al Tratado del Atlántico Norte rodeando cada vez más a Rusia. Solo falta ver un mapa para observar cómo ese cerco aumentó y con Ucrania queda más completo. La OTAN, por su parte, se defiende diciendo que son en realidad estos países quienes voluntariamente se pasaron a Occidente buscando protección, y esto tiene cierta lógica, pues todos ellos fueron, en cierto momento, invadidos por la Unión Soviética.
Para completar este ajedrez político, Rusia resulta ser el mayor proveedor de gas de Europa, algunos de cuyos países dependen en un 100% de ellos. Por lo cual un conflicto dejaría sin energía a la mitad de Europa. Y la mayor parte de ese gas pasa por el país en cuestión, Ucrania.
Obviamente, Europa desea ser más independiente y aquí es donde aparece Estados Unidos, pues son ellos los mayores productores del mundo. Por medio del fracking se han convertido en una potencia produciendo un 80% más desde el 2005 y están desesperados por venderla, aunque esta sea más cara, pues toca transportarla por el mar. O sea que en últimas, más allá de los reclamos de libertad e independencia, es también un conflicto de dos grandes potencias por que ver quién puede quedarse con el mercado del gas y vender más productos.
La guerra ya ha empezado y no hay vuelta atrás. Pueden pasar muchas cosas, desde el recrudecimiento del conflicto, la entrada de otros actores complejizando la situación, o incluso la rendición de Ucrania. Quizás lo más probable después de estas horas criticas sea la vuelta a la diplomacia, al menos para una de esas negociaciones internacionales que aplacan la situación, aunque no dejan satisfecho a nadie. Ojalá así sea, porque la guerra es una fiesta que no le conviene a nadie.