“Siloé no es como lo pintan, sino como todos lo pintamos”
En 1988, una canción de Compañía Ilimitada describió a Siloé como una ciudad dentro de otra ciudad que colinda con el sol y se divisa a sí misma. Algunos que nunca han pisado sus calles, se refieren al barrio como uno de los más peligrosos de Colombia. Los que se criaron en sus callecitas dicen estar orgullosos de pertenecer a Siloco. Por eso hoy pretenden contar la historia a su manera.
Por: Jessica Hurtado Carvajal
Estudiante de Licenciatura en Literatura, Univalle

El domingo 21 de agosto fui testigo del cierre del festival Juntos por la Estrella. Un evento de tres días en el que se inauguraron 40 murales que, desde ahora, harán parte de una ruta turística que recorrerá gran parte de la Comuna 20, desde Lleras Camargo hasta La Estrella. Este festival, además de haber sido el momento propicio para que los caleños conocieran la otra historia de Siloé, fue el escenario de representaciones musicales y una oportunidad para que los emprendedores de la zona se dieran a conocer.
Llegué hacia las cinco de la tarde. Era mi primera vez en el Mio Cable y admirar la ciudad desde las alturas me produjo una sensación muy diferente a la que imaginaba: la de intuir las muchas posibilidades que cada día surgen en sus calles.
Sin embargo, esta no era mi primera vez en el barrio. Hace cuatro meses asistí a otra fiesta: la de los niños. Gracias a una amiga en común, contacté a Jhon Fredy Guevara Loaiza, líder social e integrante del grupo Cooperativo La Estrella, quien me invitó el sábado 30 de abril a conocer el barrio.
Ese día nos encontramos en Bomberos de la Quinta. Yo había llegado con mi hijo sin avisar y él nos saludó como si nos conociéramos desde siempre. Luego, nos encargó a un amigo suyo que se dedica a hacer carreras. El conductor me preguntó si iba a la fiesta y luego me dijo que no me preocupara, que mientras estuviera con los muchachos no pasaba nada. Mientras subíamos me fijé en los murales de ranas y pájaros de algunas casas. Una vez arriba, rodeados de un montón de chiquillos de todas las edades, Jhon Fredy me habló sobre el proyecto.

Para empezar, me contó que él mismo había hecho parte de la violencia del barrio, y que ahora que había logrado salir de todo eso, quería un futuro distinto para los niños. Después, me habló orgulloso de la meta que se habían propuesto de convertir el tanque que, según cuenta la leyenda urbana, en otra época fue una “cárcel del pueblo” del grupo guerrillero M19, en un centro cultural y comedor comunitario.
Lo que buscamos es transformar el barrio, ¿si me entiende? Que los jóvenes no se dediquen a la violencia como lo hicimos muchos, sino al arte, a la cultura, a la música. Al tanque queremos convertirlo en un planetario, solo falta que alguien nos done el telescopio.
“Lo primero que tuvimos que hacer fue limpiar el tanque. Usted sabe cómo es la gente. Habían tirado un montón de basura. Un día, sentados en el andén, se nos ocurrió que teníamos que hacer algo útil con ese espacio, así que reunimos a los muchachos y en poco tiempo lo limpiamos”. Así comenzó su relato Jhon Fredy. Me hablaba en medio de la fiesta, con los niños revoloteando por todos lados, el instructor de la Escuela Nacional del Deporte intentando que escucharan sus instrucciones y varios vecinos interrumpiendo constantemente la conversación para saludarlo.
Jhon Fredy es un hombre de casi 40 años, pero parece menor por su simpatía y su facultad para estar en muchas partes al mismo tiempo. Va vestido de forma sencilla, con jeans y camiseta. Es muy delgado, utiliza gafas y barba larga. Tiene palito con los niños, como él dice, y ellos le responden con cariño. Mi hijo, un niño de 8 años, inquieto y que no socializa fácilmente, le tomó aprecio desde el principio.
“Lo que buscamos es transformar el barrio, ¿si me entiende? Que los jóvenes no se dediquen a la violencia como lo hicimos muchos, sino al arte, a la cultura, a la música. Al tanque queremos convertirlo en un planetario, solo falta que alguien nos done el telescopio. Ya construimos las barandas para que sea un mirador con todas las de la ley y se han hecho los murales, algunos con sangre humana”.
¿Sangre humana? Le pregunté extrañada. Sonrió y me pidió que lo siguiera. El interior del tanque es una sala circular con piso de cemento, en donde se siente mucho calor. En la pared del fondo vi tres pinturas: Gustavo Petro a la izquierda, la paloma de la paz a la derecha y René Pérez, más conocido como Residente, en el medio.
En su lugar, empezó a cantar un joven del sector. Dos canciones después, Jhon Fredy fue llamado al escenario y en medio de un abrazo con el cantante, confesó que habían sido enemigos y que, en esas mismas calles, hace varios años, se habían dado plomo. Ahora los une un sueño en común: fortalecer la ruta turística por medio de la creación de murales para cambiar el relato que conocemos de Siloé.
“Se hicieron con sangre de los pelaos, de todos los que donamos porque estábamos recién tatuados y no podíamos donar para causas médicas. El artista Julián Castillo decidió hacer los murales con sangre mezclada con pigmento para tatuar, porque con ellos expresa el rechazo a seguir derramando sangre por la violencia. Es mejor derramarla en nombre del arte y la cultura”.
Recuerdo que me impresionó el realismo de los murales. Además de la seguridad y alegría que se respiraba en la calle. No hubo gente consumiendo licor, nada de riñas o robos. No ocurrió nada de lo que esperaba ver en ese barrio. Lo que sí pude ver fueron las lucecitas de la ciudad desde el mirador y al viento del oeste enredando mi cabello.

Hace tres días estaba en mi casa cuando vi en las noticias que se llevaría a cabo el cierre del festival. Decidí asistir para retomar la crónica que había dejado inconclusa. Lo primero que llamó mi atención es que habían embellecido las escaleras que llevan a La Estrella, con un estilo que me recordó vagamente al de la Barcelona de Dalí. Lo segundo, es que mi estado físico es terrible y debía detenerme cada pocos escalones para tomar aire. Esta vez también me acompañaba mi hijo, que muy a menudo me preguntaba si íbamos a visitar a mi amigo de la otra vez.
Al llegar a la cima y después de esperar varios minutos para reponer el aire en mis pulmones, recorrí la calle con la mirada. En la mitad, habían levantado un escenario en el que se estaba presentando una banda musical. El lugar estaba abarrotado. La gente coreaba las canciones, bailaba, subía y bajaba del mirador. Los vecinos habían instalado puestos de comidas rápidas, ventas de dulces y gaseosa. Empanadas, jugos, papitas y helados desaparecían de vitrinas y congeladores más rápido de lo que podían reponerse.
Al cabo de un rato, mi hijo encontró a Jhon Fredy en medio del gentío y este me reconoció de inmediato. Hablamos pocos minutos porque, una vez más, estaba pendiente del evento. El cantante Junior Zamora bajó del escenario entre los aplausos del público, después de contar que viene del barrio El Vallado y que eventos como este son necesarios ahora que empieza a escribirse una nueva historia. Sirven para acercar territorios, para borrar fronteras invisibles, para olvidar las guerras del pasado.
En su lugar, empezó a cantar un joven del sector. Dos canciones después, Jhon Fredy fue llamado al escenario y en medio de un abrazo con el cantante, confesó que habían sido enemigos y que, en esas mismas calles, hace varios años, se habían dado plomo. Ahora los une un sueño en común: fortalecer la ruta turística por medio de la creación de murales para cambiar el relato que conocemos de Siloé. Quien tenga buen estado físico y recorra toda la ruta encontrará murales de colibríes, niños, perros, astronautas; la música y el lenguaje de las calles.
Una vecina que vendía toda clase de fritanga, me contó que en los últimos meses han recibido visitas notables: desde el youtuber mexicano Luisito Comunica, que grabó uno de sus videos en el mirador de La Estrella; hasta Sofia Petro, poco antes de la segunda vuelta presidencial.
Antes de terminar el evento me sorprendieron dos cosas: la primera fue la reinauguración de La Estrella, símbolo del barrio, que ahora se alza imponente con sus nuevas luces led donadas por Emcali. La segunda fue un joven que representaba a una asociación que enseña música a personas discapacitadas. Interpretó una canción del ídolo recientemente fallecido: Darío Gómez. Al terminar, los organizadores del evento Cebolla Producciones le regalaron un bafle para que pueda seguir luchando por su sueño. Fue un gesto espontaneo, fruto del momento, un gesto de solidaridad que espero se repita y que parece flotar en el ambiente desde hace varias semanas.
De eso se trata el cambio: de una estrella que se ilumina después de estar seis meses a oscuras por falta de mantenimiento; de preferir la música y el arte a la violencia; de resignificar un lugar que el Estado ha olvidado desde siempre y que muchos han preferido ignorar. Esa ciudad dentro de otra ciudad de la que no conocemos nada, solo un discurso mil veces repetido que termina por convertirse en verdad. En este caso, lo único cierto es que Siloé no es como lo pintan, sino como ellos lo están pintando.
