Crónica

“La ventaja de los artistas es que nuestro dolor es material de trabajo”

En el imaginario popular existen varias ideas de lo que es un escritor: la del poeta maldito, la del dios creador de su propio universo, la del anacoreta que se esconde para escribir durante varios meses. Mario Mendoza ha representado todos esos papeles en algún momento y, sin embargo, nos invita a olvidarnos del yo para vivir en el otro, para cambiar nuestra realidad. Crónica de su visita a la Feria Internacional del Libro de Cali.

Por: Jessica Hurtado Carvajal
Estudiante de Licenciatura en literatura, Univalle

El escritor bogotano Mario Mendoza visitando el stand bautizado con su nombre en la Feria Internacional Del Libro de Cali 2022.
Foto: Tomada del Facebook de la FIL Cali 2022.

Mi primer acercamiento a la obra de Mario Mendoza fue con el libro Buda Blues, regalo de un amigo medio filósofo que en esa época leía lo que cayera en sus manos. Yo tenía 15 años y ese texto me abrió un mundo desconocido: el de los anarquistas, los antisistema, el de la ley que impera en las calles de cualquier ciudad latinoamericana. Y es que eso es lo que hacen los libros: transportarnos a lugares que, de otro modo, no hubiéramos ni imaginado. 

Después de ese libro revelador, vinieron otros textos suyos. Cada uno me ha generado emociones diferentes. La que más recuerdo es la sensación de inseguridad cuando leí Satanás y Una Escalera al cielo. Por esa época me encontraba estudiando en Bogotá y leer precisamente esos dos libros mientras viajaba en el Transmilenio de sur a norte y notaba la cantidad imposible de gente viviendo en las calles era, cuando menos, atemorizante. Empecé a ver a cualquiera que se me acercara como un posible enemigo: la señora mayor que no encontraba una dirección, el joven que rapeaba en el bus o la que pedía limosna en el semáforo con un niño de la mano. Dudaba de todos a mi alrededor, especialmente del Sistema. Debí haber entendido mal los libros porque no creo que la intención del autor fuera provocar miedo, sino mostrar la realidad. Esta realidad nuestra que a veces se torna insoportable. No para temerla, sino para entenderla y cuestionarla. 

Mario Mendoza se ha convertido en un fenómeno editorial. Cuando lo leí por primera vez, hace unos 17 años, se hablaba poco de él. Hoy en día, la suya, es una de las obras más vendidas en Colombia, y sus apariciones en las ferias del libro, las más visitadas. Me sorprendió ver filas de más de dos cuadras esperando verlo por escasos minutos. Cientos de personas con un libro o afiche en la mano, aguantaron pacientemente durante horas y algunos se extrañaron de saber que “solo” se repartían trescientas fichas. Supongo que contribuye a su éxito lo prolífico de su obra, porque, además de las novelas, cuenta con una saga juvenil de fenómenos místicos que ocurren en distintos escenarios de Latinoamérica, una serie de comics y una de novelas gráficas. 

No obstante, intuyo que si hay algo que aumenta la popularidad de Mario Mendoza, especialmente entre los más jóvenes, es su discurso. No tiene, como otros escritores, esa pose de superioridad intelectual tan molesta. No intenta moralizar ni hacer suyo el gran descubrimiento sobre la escritura. Como él mismo ha manifestado en diversas entrevistas, no está de acuerdo con hacerle el culto al yo, tan presente en nuestro mundo digitalizado. Mas bien, se podría decir, que va en contravía de la idea del éxito popularizada por el capitalismo depredador de la actualidad. En sus historias, los protagonistas son siempre personas a las que muchos llamarían “fracasados”, alejados de lo que la sociedad considera normal. Personas que en algún momento se detienen en el camino y se encuentran —como Dante— ante la gran disyuntiva: continuar por la cotidianidad de sus vidas o aventurarse a descender hasta el último círculo del infierno. 

Sé que los críticos literarios nunca han sido benevolentes con su obra y pueden existir muchos motivos que no pretendo cuestionar. Algunos de ellos ni siquiera la han leído y lo descartan por el solo hecho de ser comercial. Otros leen sus libros y no los encuentran lo suficientemente estéticos para pertenecer al canon de la literatura contemporánea. Están en su derecho.

En la presentación del libro Leer es resistir, ante un auditorio abarrotado, Mendoza hizo un recorrido para explicar el inicio y la caída del proyecto de modernidad. Lo primero que planteó fue la aparición de la duda. Según él, cuando empezamos a sospechar de la razón y descubrimos que el llamado progreso de la ciencia no nos estaba llevando hacia un futuro pacífico y brillante, nos vimos a nosotros mismos tal como somos, sin atenuantes, como mirándonos ante un espejo. 

Durante más de una hora, habló de los autores que considera cruciales para explicar el cambio de paradigmas. Inició con Edgar Allan Poe, haciendo énfasis en sus gustos extraños y, especialmente, en su amor desmedido por los cadáveres. Luego pasó por artistas tan diversos como Baudelaire, Van Gogh, Stevenson o Rimbaud. Cada uno de ellos jugó un papel trascendental, pero es a Baudelaire a quien se le atribuye haber sido el primero en acuñar el término modernidad para designar la experiencia de la vida en la metrópolis urbana y la responsabilidad que tiene el arte de capturarla.

Algo que la mayoría de estos autores tienen en común, es el conocimiento de la época en la que les tocó vivir y la crítica a una sociedad que consideraron decadente. Casi todos fueron incomprendidos, utilizaron la miseria de sus vidas y especialmente su propio dolor para dar un sentido profundo a la existencia. Algunos vivieron y murieron en la pobreza, sin reconocimiento, pero nos dejaron su obra. Y fue de esas obras de las que habló el autor más esperado de la Feria Internacional del Libro de Cali. De su libro solo hizo una breve reseña para explicar que en él estaban impresas sus propias experiencias con la lectura. Además de anécdotas curiosas y divertidas de su trasegar literario. Me gustó especialmente la de una joven invidente que le pidió permiso para “verlo”, y lo tocó de una forma que, según dijo, “nunca unos ojos me han visto tanto, como las yemas de esos dedos”.

Foto: Tomada del Facebook de la FIL Cali 2022.

En mi experiencia, lo más valioso de la charla fue haber visto, no solo en esta, sino en todas las presentaciones de sus textos, a un número cada vez mayor de personas interesadas por escuchar un discurso sobre literatura. Personas que quizá no son lectores asiduos, pero que se dejan seducir por sus palabras o la cadencia de su voz, y leen un primer texto. Jóvenes que abandonan por un rato las redes sociales y la cantidad exagerada de contenido a su disposición, para tomar un libro, el que sea, y sumergirse en otro universo. Si esa primera lectura les atrae, tal vez continúen con otra y otra más, hasta que no puedan dejar de hacerlo.

Sé que los críticos literarios nunca han sido benevolentes con su obra y pueden existir muchos motivos que no pretendo cuestionar. Algunos de ellos ni siquiera la han leído y lo descartan por el solo hecho de ser comercial. Otros leen sus libros y no los encuentran lo suficientemente estéticos para pertenecer al canon de la literatura contemporánea. Están en su derecho. 

Para mí, un autor que se ha vuelto popular por presentarse en cárceles, colegios y bibliotecas públicas; un autor cercano, que habla con la gente, que les llega a los jóvenes y los introduce en el olvidado arte de leer, es digno de reconocimiento. Solo espero que el próximo año, los organizadores de la Feria recuerden las enormes filas bajo el sol caleño o la lluvia que parece haberlo reemplazado, y acondicionen para su presentación un espacio propicio que me permita sentarme en primera fila. 

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