Embotados de transgresión: conversación con Carlos Granés, a propósito de Delirio americano
Por: César Eslava
Oficina de Comunicaciones
Facultad de Humanidades, Univalle

Foto: César Eslava.
Carlos Granés (1975), antropólogo y especialista en las vanguardias culturales del siglo XX, presentó el año pasado su libro Delirio americano. Una historia cultural y política de América Latina (Taurus, 2022). Desde su lanzamiento, este extenso ensayo ha obtenido favorables comentarios y ha concentrado a su alrededor varios debates. El reconocimiento a Granés como un prestigioso ensayista no es nuevo. Con El puño invisible. Arte, revolución y un siglo de cambios culturales (Taurus, 2012) fue distinguido con el Premio Extraordinario de Doctorado por la Universidad Complutense de Madrid y el Premio Internacional de Ensayo Isabel Polanco. También ha sido Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. Se ha desempeñado como columnista en importantes medios. Otras de sus publicaciones son La revancha de la imaginación (CSIC, 2008), La invención del paraíso (Taurus, 2015) y Salvajes de una nueva época. Cultura, capitalismo y política (Taurus, 2019).
En Delirio americano, Granés presenta con detalle una historia de la relación entre las vanguardias artísticas y las corrientes políticas que trazaron el destino de Latinoamérica durante el siglo XX. Allí se describen, con holgura, cómo en cada país se manifestaron las utopías y sus relatos fundacionales. Para Vargas Llosa, por ejemplo, la convicción de Granés es que la historia política y cultural de América Latina, desde el arielismo de derecha hasta las guerrillas que aún sobreviven, es, básicamente, el relato de diversas formas de oponerse a un enemigo identificable: una idea de Estados Unidos. El nobel peruano no está del todo de acuerdo con esta idea, pero sugiere que habría que tomarse unos diez años, el periodo que dedicó Granés leyendo, investigando y escribiendo, para refutarlo convenientemente.
En la Feria Internacional del Libro de Bogotá 2023, tuve la oportunidad de charlar con Carlos Granés. Deseaba confirmar intuiciones alrededor de su obra, manifestar inquietudes y, principalmente, obtener de su propia voz, detalles sobre sus rutinas como investigador y de su oficio como ensayista.
César Eslava (CE): ¿Cómo percibes la recepción de Delirio americano después de más de un año largo de su publicación? Lo pregunto a propósito de la continua exacerbación política e ideológica que vivimos, no solo en Colombia, sino en el mundo. Sintetizando, me atrevería a afirmar que tu investigación ha apuntado a profundizar y describir cómo el arte, en especial las vanguardias, salvo contadas excepciones, ha atizado la confrontación y, peor aún, ha puesto en cuestión ciertos principios democráticos.
Carlos Granés (CG): A ver, por partes. La recepción ha sido maravillosa pero inesperada. Digamos que yo escribí este libro pensando en México, mis libros han funcionado bien en México, y se habían editado todos en México, y yo pensé que este era un libro mexicano, porque además México es el país que más consciencia continental tiene, mucho más que Argentina, está mucho más ensimismada, mira más a Europa. Pero, México sí mira desde arriba hacia abajo a todo un continente. Entonces, desde luego, yo pensé que el libro iba a funcionar muy bien allá y no se editó allá. (…). Por ese lado, hubo una decepción. Pero, por otro lado, la recepción en España ha sido deslumbrante. Ha sido impresionante el interés que ha despertado en todo el espectro político de España. La izquierda lo ha estado leyendo, hasta la derecha lo ha estado leyendo, y los diarios de izquierda y de derecha se han interesado mucho por el libro y, además, una gran sorpresa: al final del año, tanto los medios de izquierda como de derecha lo pusieron como uno de los mejores ensayos en español del año. Entonces, ahí sí ha sido rotundo el efecto, sorpresivo y muy satisfactorio, porque se está leyendo, se está debatiendo. Me han invitado a universidades, a radios, a centros culturales, a una cantidad de lugares que quieren ver y enterarse de América Latina. Hay una curiosidad por América Latina que estaba bastante escondida y que faltaba como un texto que le mostrara a los españoles lo interesante, lo rica, lo conflictiva, lo deslumbrante que puede ser América Latina, y lo cercana que está a ellos, que ese puede ser otro elemento.
Delirio americano surge de la ignorancia. Surge de una incomodidad enorme, que era el tener unas ideas estereotipadas sobre América Latina, tener unas referencias, unos nombres, unas fechas, unos acontecimientos totalmente desligados. Parecía que en América Latina habían pasado cosas por azar o por capricho o porque sí, y eso yo no me lo creo. Yo creo que las cosas pasan por algo, y que la razón o ese porqué hay que buscarlo en la historia, entonces hay que ir hacia atrás a buscar cómo surgen los eventos y cómo se van encadenando sucesos hasta que ocurre algo importante
Por otro lado, la relación entre arte y política. Ha habido cierta connivencia, claramente, entre proyectos nacional-populares populistas y vanguardias. El muralismo, por ejemplo, es un estilo pictórico o una forma de entender el arte que claramente tiene connotaciones políticas y que es muy fácilmente instrumentalizable por el poder, porque reivindica lo vernáculo, reivindica lo popular, reivindica el nacionalismo, reivindica ciertos elementos revolucionarios que a cualquier líder populista o nacionalista le vienen muy bien, entonces suele apropiárselos. Y eso pasó en México con los muralistas y está pasando hoy en día en Ecuador, por ejemplo. Ecuador, hoy en día, no recuerdo el nombre del muralista [Pavel Eguez], le encomendaron por medio millón de dólares hacer un enorme mural en el edificio de la Gobernación de Pichincha, que justamente está en la oposición a Lasso, son los correístas; entonces, es un símbolo, un mensaje al lassismo desde el correísmo. Es un mural imponente, la fachada es un edificio enorme y que claramente repite los tópicos del muralismo.
CE: En varias entrevistas, a propósito de Delirio americano, tú planteas el ejercicio de escritura como un proceso de comprensión. ¿Cómo fue ese proceso? Es decir, ¿leíste todo, luego escribiste o escribías al tiempo que leías?
CG: Este libro, que tiene seiscientas páginas, surge de la ignorancia. Surge de una incomodidad enorme, que era el tener unas ideas estereotipadas sobre América Latina, tener unas referencias, unos nombres, unas fechas, unos acontecimientos totalmente desligados. Parecía que en América Latina habían pasado cosas por azar o por capricho o porque sí, y eso yo no me lo creo. Yo creo que las cosas pasan por algo, y que la razón o ese porqué hay que buscarlo en la historia, entonces hay que ir hacia atrás a buscar cómo surgen los eventos y cómo se van encadenando sucesos hasta que ocurre algo importante. Entonces, yo lo que hago siempre, y no solamente en este libro sino en prácticamente todo lo que escribo, es que parto de intuiciones muy generales, no parto de tesis que quiero probar ni de algo que sé y que quiero contar. Parto más bien de dudas, sospechas, muy vagas. Yo nunca sé cómo va a acabar un libro, qué forma final tendrá; no sé qué me voy o no a encontrar en el camino, soy muy inductivo. Me dejo llevar por lo que me gusta, es decir, el arte, la poesía, la política. (…). Eso es lo que a mí me interesa. Ya si nos ponemos técnicos o pedantes, podría decir que esto es una historia de las ideas, que es lo que más me interesa y más me seduce como lector. Gente como Isaiah Berlin, gente que historia las ideas, las rastrea, sigue el hilo hasta que da con un señor que en determinado momento y por determinadas circunstancias vitales y sociales se le ocurre pensar algo. Hay algo en él que chirrea, hay algo en él que detona su intelecto y el resultado es una idea, un intento de solución a un conflicto, y que esa solución personal, finalmente, se convierte en una solución pública, por la contundencia, potencia o luz que irradia para entender el dilema o conflicto de más personas. Entonces eso es lo que siempre me ha gustado y es lo que hice en Delirio americano.

CE: Entre El puño invisible y Delirio americano hay diez años. ¿Qué nos podrías decir de la experiencia de la escritura y la investigación entre uno y otro?
CG: Bueno, es que yo empecé el Delirio americano como parte de El puño invisible. Este último rastrea la historia de las vanguardias en Estados Unidos y Europa. Inicialmente, iba a tener una tercera línea que era América Latina; es más, yo empecé a escribir ese tercer carril con contenidos latinoamericanos, pero muy rápidamente me di cuenta de que el tema era infinito, que era mucho más complejo y que era difícilmente homologable a lo que había pasado en Europa y Estados Unidos. Entonces, desistí, aparqué ese proyecto y me concentré en Europa y Estados Unidos. El proceso que sí fue distinto, guardaba similitudes. Yo empecé El puño invisible por una cosa clara: no entendía qué carajos era el dadaísmo. Era algo que a mí me molestaba mucho, no saber exactamente qué era el dadaísmo, había leído libros, había consultado con amigos artistas, con profesores de arte y no había tenido una respuesta satisfactoria para entender por qué algo en apariencia tan tonto, ¿no?, tan infantil, tan juguetón, tan irónico, tan bromista, había tenido tanto influjo, tanto efecto en la historia. Entonces, bueno, me puse a investigar el contexto histórico en el que nace el dadaísmo, empiezo a leer a los dadaístas, empiezo a ver sus obras, empiezo a leer crónicas de la época como materia prima del momento, eso a mí me encanta, recurrir a fuentes primarias, no a alguien que desde ahora te lo explica, te explica el pasado, eso lo leo, pero al final; cuando estoy investigando leo fuentes primarias, leo lo que escriben los artistas mientras estaban haciendo lo que finalmente los hizo famosos…
Yo partí de una idea o de una sensación bastante clara: América Latina es un continente sobreinterpretado. Realmente, lo que vemos de América Latina son interpretaciones de América Latina o clichés, estereotipos, sobre lo latinoamericano, pero no hemos de verdad ido a ver qué carajos hicimos y qué pensaron los muralistas, cuáles eran los conflictos entre ellos, las tensiones, las rencillas, su relación con la política, pero en voz de ellos, no desde lo que hoy pensamos que hicieron ello. Entonces, yo me deshice de todas esas interpretaciones latinoamericanistas globales y me fui a ver qué habían escrito los protagonistas de la historia, no los que ven la historia con el paso del tiempo, si no los que hicieron la historia. Entonces, todo es fuente primaria, y a mí me gusta trabajar así. Después, cuando ya lo acabo, veo fuentes secundarias para ver si tengo algún desfase brutal. A ver si algún libro canónico sobre historia de América Latina va por otro lado y estoy diciendo yo cosas totalmente inconexas con la versión oficial de la Academia. Entonces, sí lo hago, pero al final, porque a mí lo que me gusta es justamente el descubrimiento y es lo que me excita, es así, esa es la palabra, me excita y me exalta…
El puño invisible rastrea la historia de las vanguardias en Estados Unidos y Europa. Inicialmente, iba a tener una tercera línea que era América Latina; es más, yo empecé a escribir ese tercer carril con contenidos latinoamericanos, pero muy rápidamente me di cuenta de que el tema era infinito, que era mucho más complejo y que era difícilmente homologable a lo que había pasado en Europa y Estados Unidos. Entonces, desistí, aparqué ese proyecto y me concentré en Europa y Estados Unidos.
CE: Como lector, uno queda preso de esa exaltación…
CG: Exactamente. Esa es la clave: que mi entusiasmo se contagie al texto. Sé que estoy haciendo algo de valor para mí cuando estoy en permanente exaltación durante el proceso. Y lo veo porque estoy sistemáticamente dándole lata a mi esposa con lo que voy descubriendo, y entonces no paro de hablar. Cosas que ni ella entiende porque están descontextualizadas, pero yo, por ejemplo, cuando descubro la raíz arielista de Sandino, toda la idea de Sandino cambia por completo, porque a Sandino hoy en día la izquierda se lo ha apropiado como un ícono revolucionario de izquierda, y no tenía un pelo de izquierdista; era un hispanista católico, antiyanqui, claramente, pero, claro, ¿por qué lo era? Porque había bebido unas fuentes bibliográficas muy concretas que tenían mucha influencia en ese momento y que le dieron el vigor, el valor y el brío para decir: “Carajo, a los yanquis, a los sajones, que son nuestros enemigos, una raza invasora, hay que expulsarlos”, pero no porque tuviera ideas de izquierda; todo lo contario, era un fenómeno típico de la derecha del momento. Bueno, eso es exaltante. Una maravilla descubrirlo. Ahora, descubrirlo tú a partir de las fuentes bibliográficas que vas encontrando, es realmente lo que me apasiona, lo que me gusta de mi trabajo.
CE: Una de tus conclusiones principales en El puño invisible es cómo la radicalidad o experimentación anárquica de las vanguardias terminan cooptadas por el mercado, signadas por la banalidad. A pesar de lo terrible que encarnaron muchas de esas propuestas, apuestas, con un leve optimismo, a que el arte siga teniendo esa capacidad de “escarbar las entrañas de la civilización”. En Delirio americano manifiestas que, a pesar de todas esas búsquedas vernáculas, esencialistas, nacionalistas, antimperialistas o anti cualquier cosa, la mera existencia de futuro suponía pensar que las cosas pueden ser diferentes. Una historia nueva para el siglo XXI. Tres años después de terminar Delirio americano, hoy 20 de abril, Ucrania, Putin, todo este revoltijo que vivimos hoy, ¿qué piensas? ¿Hay apuestas?
CG: Te contesto la parte del dadaísmo o la de las vanguardias europeas. Sí, es verdad, fueron cooptados, y eso supuso una derrota para el espíritu vanguardista; pero lo que no se acepta o reconoce es que también fue el fruto de una victoria. Ha sido cooptado porque los valores que promulgaba dejaron de pertenecer a una minoría marginada, rebelde, e impregnaron a un amplio sector de la sociedad. Ese sector de la sociedad ya se sintió muy atraído por esas propuestas y las empezó a consumir masivamente. El capitalismo cooptó, pero es porque el gusto también varió, empujando desde el margen, dando esos puños invisibles a la sensibilidad, lograron finalmente un cambio notable en estilos de vida, valores, en gustos, hicieron una ruptura los jóvenes con la generación de sus padres, dijeron: “No vamos a vivir como ellos, no vamos a consumir como ellos”, y empezaron a hacer un consumo rebelde, hedonista, más afín a las propuestas y los valores de la vanguardia. Entonces, lo puedes ver como una gran victoria porque transformó consciencias, en efecto, o como una gran derrota porque la vanguardia siempre tiene que estar a la contra. Una vez se vuelve mainstream se deshace, se siente endeble, pierde su radicalidad y todo su poder de confrontación. Por eso, hoy se dice que la rebeldía ha pasado al bando contrario, a la derecha. Son personajes estrambóticos y derechistas, como Javier Milei, por ejemplo, el nuevo rebelde, el argentino, este libertario, que él se apropia de una estética punky, como un economista punky, para cargar contra todo lo establecido, exaltar a los jóvenes, que son su foco electoral, y escandalizar a todo el mundo porque es un punky, un vendaval de terrorismo económico-cultural (…). ¿Me recuerdas la segunda pregunta?

Foto: César Eslava.
CE: El tono con que terminas Delirio americano me estremeció, porque uno se siente como atrapado, como que uno no sale de estas luchas, de esa confrontación tan desgastante, y que no permite mirar hacia otros lados. Tú rescatas a Chico Buarque, a Nicanor Parra, en fin, por su capacidad de ver más allá, de mezclar lo propio con lo externo, pero tu tono tiende más a lo trágico y, sin embargo, escribes: “Hay un siglo XXI que puede ser diferente…”.
CG: Claramente, sí. Es algo que siempre hay que recordar: el futuro no está escrito. El futuro lo hacemos nosotros, el futuro no está predeterminado, no hay leyes históricas, no hay una condena existencial a la miseria, a la violencia, al subdesarrollo, desde luego que no. Hay una capacidad de reacción y de acción desde el presente para que el futuro sea menos malo. Claro, ¿qué es lo que eso supone? Entender cómo funciona la política, cómo funciona la democracia, cómo funcionamos los humanos. Todo el mundo quiere mejorar las cosas, pero muchos lo quieren hacer con proyectos revolucionarios de refundación en donde un pequeño grupo de iluminados, una élite, una aristocracia del espíritu, bien sea de derecha o de izquierda, se cree con la potestad y la misión de imponer ese proyecto renovador, revolucionario, refundacional, sin tener en cuenta la pluralidad y la complejidad que es América Latina. Y ese es, básicamente, uno de los grandes dilemas que hay permanentemente en nuestro continente. Porque ese proyecto, bien intencionado, utópico, maravilloso en el papel, no tiene en cuenta la pluralidad de opiniones, el conflicto, las contradicciones, las diferencias de intereses y, finalmente, se va a estrellar con reacciones de gente que, o no está de acuerdo o le perjudica o que se apega más a la tradición. Surge un conflicto terrible que, por lo general, no sabemos manejar. El caso más patético es Nicaragua, en donde todo aquel que no se sume al sueño de unanimidad que proponen Ortega y Murillo, sencillamente, pierden la nacionalidad, son desterrados. En donde no hay posibilidad de que nadie confronte esa visión idílica, bendita, digna y soberana, como dicen ellos, de un país, y que está impuesta a la fuerza. Toda visión, toda utopía, finalmente, requiere de cierta imposición vertical, autoritaria, y a veces con fuerza por medios punitivos, pues porque no acepta la disidencia…
Es algo que siempre hay que recordar: el futuro no está escrito. El futuro lo hacemos nosotros, el futuro no está predeterminado, no hay leyes históricas, no hay una condena existencial a la miseria, a la violencia, al subdesarrollo, desde luego que no. Hay una capacidad de reacción y de acción desde el presente para que el futuro sea menos malo. Claro, ¿qué es lo que eso supone? Entender cómo funciona la política, cómo funciona la democracia, cómo funcionamos los humanos.
CE: Es terrible…
CG: Yo creo que todavía seguimos en ese paradigma mental. Los líderes latinoamericanos siempre cargan a sus espaldas misiones trascendentales, siempre se creen enviados por la providencia a producir milagros, a cambiar la historia. A mí me sorprendió cómo en las últimas elecciones, en cuatro países había cuatro redentores que iban a transformar por completo sus países, que iban a cambiar la historia de sus países. López Orador, claramente, con su cuarta transformación, pensó que su gobierno iba a ser tan radical y transformador como la Revolución mexicana, ni más ni menos, que fue un desastre, una tragedia humana brutal y económica; o Petro, también, un proyecto de partir en dos la historia de Colombia, como si, a pesar de todas las miserias que padecemos, no hubiera nada digno de salvar. Si uno compara Colombia con el contexto regional, hay muchas cosas que Colombia ha hecho bien. O Boric, con su proyecto de refundación del país, ¿no?, que iba a cambiar las bases que había sostenido a la República chilena durante doscientos años. Era una cosa muy atrevida, osada, utópica y caprichosa. Y el otro es Bukele. Él también está transformando su país queriendo llevarlo a la vanguardia de la vanguardia, que es otra cosa muy latinoamericana, ¿no? Países muy débiles, geopolíticamente insignificantes, que se creen los llamados a abanderar una causa universal y a ser el ejemplo para la humanidad (…). Eso es querer tomar un lugar que no nos corresponde por fuerza geopolítica, por lugar en la historia, por poder. Esos son temas que solo se pueden dar el lujo de liderarlos las potencias mundiales, pero América Latina siempre tiene esa sensación.
CE: Otro tipo de exaltación, heroísmo, ¿no?
CG: Sí, la cosa épica. Finalmente, todo presidente llega a revivir la gesta de Bolívar. Todo presidente tiene que dejar un sello bolivariano, así no lo diga en esos términos, tiene que dejar una marca indeleble en la historia. No se conforma con gobernar. En El País de España publiqué un artículo que se llamaba así: “Gobernar o cambiar la historia”. Y uno ve que en los países europeos, los gobernantes tienden es a gobernar, llegan es a gobernar, a administrar un estado de cosas que viene de antes y que va a tener una continuidad después de ellos. Eso es gobernar, y eso supone negociar, rebajar las expectaciones, ser pragmáticos, ser osado, también. Pero es administrar un estado de cosas que uno se encuentra, que uno va a dejar y que tiene que seguir su curso, ojalá, a un destino que favorezca a la sociedad. América Latina, no. En América Latina llegan a transformar la historia. ¿Eso qué supone? Que no hay pasado y que no va a haber futuro, tampoco, porque una vez transformada la historia, no se van a aguantar a otro transformador que transforme su transformación…

CE: Lo último, ¿en qué proyecto estás ahora?
CG: No lo tengo en mis manos ahora, pero voy a publicar un librito en Langosta, la editorial de Héctor Abad y Alexandra, que es una recopilación de ensayos que ya había publicado, se llama Antiutopías. Es una crítica a la imaginación exacerbada que convierte a América Latina siempre en una cosa soñada y no en una cosa comprendida o entendida. Y después, no sé. Sí tengo ganas de metérmele, no como para hacer una precuela de [Delirio americano], pero sí para entender el proceso de independencia, por qué pasamos de ser una unidad a ser un rompecabezas, qué pasó, por qué habiendo sido, mal que bien, parte de un imperio, y haber tenido, no una homogeneidad, pero sí una continuidad política, de pronto nos convertimos en un archipiélago de paisitos, cada vez más insignificantes, cada vez más chiquitos, cada vez más peleados unos entre otros, y cómo esa tendencia sigue hasta el día de hoy (…). Nuestro mal es la plurinacionalidad, que no somos capaces de mantener homogeneidades políticas y territoriales durante mucho tiempo porque nos agarramos y nos odiamos y creemos que la solución es poner una frontera, simbólica o real. Eso me interesa mucho y le estoy dando vueltas, pero no sé qué voy a hacer. Quiero tener tiempo para volver a encerrarme cinco años en una biblioteca, desaparecer y salir después con un libro.