Crónica

El corno francés, un peligroso artefacto de guerra. La historia de Álvaro Herrera

Por: Clara Inés González Libreros
Estudiante de Comunicación social y Periodismo

Álvaro junto al lago de la Universidad del Valle.

Escenario: la última mesa del café Macondo en la ciudad de Cali. Luz tenue. Se escucha una sutil algarabía y algunos acordes de piano. Junto a nosotros hay dos cuadros de Gabriel García Márquez. Es una tarde soleada del mes de septiembre de 2021. A pesar del calor, Álvaro Herrera lleva saco y pantalón negro, gafas oscuras y pasamontañas. Su silueta devela una tenue musculatura. Cualquiera podría asegurar que dedica algunas horas del día al levantamiento de pesas, pero sólo sus más cercanos saben que la vigorosidad de su cuerpo es el resultado de una rutina de esfuerzo, de más de siete años de largas caminatas cargando en sus hombros el corno francés.

Todo comenzó un martes a mediodía, cuando la profesora Oliva Agudelo del colegio Santa Librada lo invitó a cantar en el coro musical. Al día siguiente, ya era la primera voz; dos años después, era bastón principal de la banda marcial y, tras graduarse, a los diecisiete años, estudiante de guitarra clásica de Bellas Artes y de teoría musical en el Instituto Popular de Cultura.

Álvaro libró batallas más allá de lo humanamente soportable en nombre de la música. Caminaba desde su casa, ubicada en medio de una zona de enfrentamientos entre las Farc y el ELN en las montañas de Pance en Cali, hasta su colegio en el centro de la ciudad. Y aunque su madre, cabeza de familia y huérfana desde los catorce años, hubiese querido ayudarle con el dinero de los transportes, el producido de su trabajo diario estaba destinado a la matrícula estudiantil de sus nueve hijos, el mercado, y algunos servicios que no alcanzaba a pagar a final de mes y le suspendían por mora.

Fue admitido a la licenciatura en música de la Universidad del Valle el 27 de julio de 2014. Ese mismo año, su familia abandonó la casa en Pance temiendo que el sonido de los disparos les atravesara la vida, y no le quedó más remedio que modificar el trayecto de su caminata diaria. Salía a las cinco de la mañana desde Golondrinas, un municipio de Yumbo, hasta la escuela de música al sur de Cali y en sus tiempos libres vendía pan a domicilio y trabajaba como empacador en los supermercados Galerías. Sobre esa experiencia esboza una leve sonrisa.

—Tardaba tres horas y media. A veces no me alcanzaba ni para el almuerzo. Me quedaba en la universidad hasta las diez de la noche ensayando y llegaba a la madrugada a mi casa. Fue un poco accidentado ese inicio en la música, pero se logró. Ahora estoy terminando el concierto de grado oficial que exige la universidad para graduarme el próximo semestre.

***

Álvaro Herrera, de veinticinco años, hizo parte de los jóvenes que reclamaban más oportunidades durante el paro nacional que inició el 28 de abril de 2021 como una respuesta al proyecto de reforma tributaria del gobierno del presidente Iván Duque que, pese a ser retirado, dio lugar a un estallido social sin precedentes contra la desigualdad, la corrupción y la violencia policial; de la cual fue víctima tras ser capturado ilegalmente por civiles armados que lo entregaron a las autoridades en la estación de La María después de participar en un cacerolazo sinfónico por la conmemoración del primer mes de protestas, según la fiscal del caso.

Todo comenzó un martes a mediodía, cuando la profesora Oliva Agudelo del colegio Santa Librada lo invitó a cantar en el coro musical. Al día siguiente, ya era la primera voz; dos años después, era bastón principal de la banda marcial y, tras graduarse, a los diecisiete años, estudiante de guitarra clásica de Bellas Artes y de teoría musical en el Instituto Popular de Cultura.

En un video que se replicó pocos minutos después a través de las redes sociales, a Herrera se le vio sentado en el piso sin camisa, temeroso, ojos saltones, respiración agitada, manos en la espalda, sangre en la cabeza, la nariz y el pecho. Fuera de cuadro, una voz de hombre le preguntaba:

—¿Usted qué estaba haciendo?

—Estaba… (mira a la derecha, titubea) con unos manifestantes lanzando piedras y palos…

—¿Dónde?

—En el CAI (Comando de Atención Inmediata de la Policía) de Ciudad Jardín…

(Lo interrumpe. Álvaro fija su mirada en un punto muerto)

—¿Y por qué estabas vandalizando el CAI de Ciudad Jardín?, ¿quién te mandó?

—Somos un grupo de vándalos (niega con la cabeza, cierra los ojos, exhala por la nariz). Estamos organizados en un…

—¿Y usted por qué lo estaba haciendo?

(Álvaro inhala)

—Pues porque estaba en la marcha, estaba con ellos… y pues estaba en el grupo de defensa con los vándalos.

—¿Y a usted quién lo golpeó?

—Los mani…

—¿Por qué?

Por estar… en esta situación…

Tras reconocer a su alumno de Armonía, Contrapunto tonal y Lenguaje musical del siglo XX, el profesor de música de la Universidad del Valle Alberto Guzmán Naranjo precisó:

“Los honorables miembros de la policía, celosos de su deber con el orden público, han debido pensar que ese extraño aparato que llevaba mi alumno Álvaro Herrera (un corno francés) es un peligroso artefacto de guerra, algo así como una Kalachnikov posmoderna. Esos guardianes también deben ser buenos lectores y en el momento de aplicarle a Álvaro los correctivos de la tortura física, debían recordar ese pasaje de La Montaña Mágica, de Thomas Mann, cuando Settembrini le explica a Hans Castorp que “la música es políticamente sospechosa”.

Clara González: ¿Qué es un cacerolazo sinfónico?

Álvaro Herrera: Es la forma de protesta de los músicos.

CG: ¿Cómo se materializó esa idea en Cali?

AH: Los estudiantes de música de Bellas Artes, el Instituto Popular de Cultura, la Univalle, algunos grupos artísticos de Siloé y orquestas sinfónicas como la Felix Morgán, antes del estallido nos reunimos y cuestionamos cuál sería la contribución de los artistas en el paro nacional, y optamos por un cacerolazo sinfónico porque queríamos decir: este es el grupo de músicos de las protestas sociales.

CG: ¿Por qué se estaban manifestando?

AH: Porque la situación nos estaba afectando. Muchos músicos alzamos la voz debido a lo sucedido en la pandemia con el sector cultural que paró en un noventa y nueve por ciento y no se le ayudó ni un ápice. Nosotros no teníamos ningún sustento económico. A mí me tocó pasar la cuarentena buscando cómo comer. Muchos se suicidaron.

CG: ¿Cuándo fue el primer cacerolazo sinfónico?


AH: El primer cacerolazo fue el 16 de mayo en la Loma de la Cruz ahora ‘Loma de la Dignidad’; el segundo fue el siguiente fin de semana en la rotonda de Siloé; y el tercero fue el 28 de mayo en Univalle con motivo del primer mes de paro nacional.

Álvaro durante uno de los cacerolazos sinfónicos del paro nacional de 2021. 

CG: ¿Qué sucedió ese día?

AH: El 28 de mayo a la una de la tarde el concierto transcurría normalmente. Había mucha gente. Estábamos interpretando piezas muy distintivas de la protesta como ‘Colombia Tierra Querida’ de Lucho Bermúdez, ‘Duque Chao’ que es el mismo ‘Bella Ciao’, la versión orquesta de ‘Latinoamérica’ por la Orquesta Filarmónica de Bogotá, ‘Quién Los Mató’ de Junior Jein. Eran ocho piezas. Yo tocaba el primer corno. Estábamos cantando cuando alguien gritó “¡Están llamando a los de Siloé, están dando duro en Siloé!”, y la primera línea —el grupo de jóvenes encapuchados que se enfrentaba con piedras a la policía— salió como pepa de guama para allá. Minutos después escuché “¡¡¡Herido, herido, herido!!!, ¡¡¡Llamen una ambulancia!!! Pero seguimos tocando. A las tres de la tarde nos avisaron que la situación era mucho más densa, con disparos a distancias muy cercanas. En ese momento, interpretamos los últimos tres acordes de ‘El Aguante’ y terminamos el concierto.

Empaqué mi instrumento y me fui caminando. Decidí rodear el campus de la universidad de Melendez porque la situación estaba pesada, con tan mala suerte que cuando llegué a la calle dieciséis escuché varios tiros. Empecé a grabar con mi celular: “28 de mayo, tres y media de la tarde…” y enfoqué a unos ciudadanos armados que, cuando me vieron, corrieron hacía mí y me golpearon en el suelo. Yo abracé mi corno, pero cada vez me atacaban más personas. Después me entregaron a la policía y me quitaron el instrumento. Entonces escuché a la gente celebrando como si fuera una victoria de la selección Colombia: ¡¡¡El vándalo!!! ¡¡¡El guerrillero!!!

CG: ¿Cómo eran los ciudadanos que lo atacaron?

AH: Uno tenía una camiseta de basketball y una pantaloneta negra, de hecho, hoy descubrí quién era, y el otro tenía una capucha blanca y pantaloneta hasta la rodilla.

CG: ¿Cuál era su sentir en ese momento?

AH: Yo no sentía nada, sólo pensaba en mi corno.

CG: ¿Y qué pasó después?

(Un hombre se sienta junto a nosotros. Álvaro susurra.)

AH: En la estación de policía me dieron una mano de garrotiza. Había uno tan cobarde (dice golpeando la mesa) que me pegó un puño en la cara y se fue. Ni yo soy tan cagado pues. Yo crecí escuchando enfrentamientos entre ejército y guerrilla… Después de eso tuve que hacer el video. Me preguntaron qué estaba haciendo y respondí que estaba en un cacerolazo sinfónico, pero el man paró la grabación, me golpeó y volvió a preguntar, como haciéndome entender que esa no era la respuesta que quería escuchar.

“Los honorables miembros de la policía, celosos de su deber con el orden público, han debido pensar que ese extraño aparato que llevaba mi alumno Álvaro Herrera (un corno francés) es un peligroso artefacto de guerra, algo así como una Kalachnikov posmoderna”.

Las protestas durante la conmemoración del primer mes de paro en Cali dejaron un saldo de 14 homicidios, de acuerdo con las organizaciones de Derechos Humanos, y 13 según la Policía Metropolitana. Sobre los jóvenes que lideraron la resistencia civil a nivel nacional pese a las altas posibilidades de perder la vida, la ONG Temblores precisó que “la protesta social, como una herramienta fundamental para la transformación, develó el profundo descontento de diversos sectores ciudadanos, principalmente de juventudes cuyas voces han sido excluidas de la participación en nuestro país. La indignación por la violencia y el cansancio por las condiciones actuales de desigualdad y pobreza se trasladaron de manera permanente al espacio público”.

***

A las cinco de la mañana del día siguiente, Álvaro despertó en el Hospital San Juan de Dios mientras una enfermera le cosía la cabeza.

—¡Usted es famoso! ¡A usted lo están buscando!, le dijo emocionada.

AH: En ese momento pensé en mi mamá. Ella ha dado su vida por mí. Cuando me sentí mejor, la llamé, le dije que estaba bien y le pedí que buscara un abogado. Ella llamó a la profesora Oliva, y juntas contactaron a Raymundo y todo el mundo. Ahí fue cuando la gente de la universidad se enteró y compartieron mis fotos en las redes sociales.

CG: ¿Cuál era su situación judicial?

AH: Estaba preso. Me estaban haciendo proceso por terrorismo, porte ilegal de sustancias inflamables y vandalismo.

CG: Mientras tanto, a las afueras de la Fiscalía se congregaron sus compañeros de la universidad para cantar la canción de Mercedes Sosa: “Sólo le pido a Dios, que el futuro no me sea indiferente, desahuciado está el que tiene que marchar, a vivir una cultura diferente” …

AH: Sí, estaban dándome fuerza a mí y a otros cuatro compañeros que estaban detenidos conmigo. Mi mamá llegó desde muy temprano.

CG: ¿Cómo recuperó su libertad?

AH: Por el abogado Sebastián Caballero.

CG: ¿Y su instrumento?

AH: Lo recuperé por medio de la Personería, aunque tiene muchos golpes. Debo llevarlo a la lutería.

CG: Un mes después, el 30 de junio en el parque de las Banderas, usted interpretó el corno francés junto a la banda musical de la policía como un acto de reconciliación…

AH: Ese es el momento más incómodo que he tenido en mi vida. Yo ni siquiera organicé ese concierto porque quería hacer algo más loco: el mejor quinteto de vientos tocando en la calle de Ciudad Jardín, donde me capturaron, pero mis compañeros y yo no lo hicimos porque los ánimos estaban caldeados. Un profesor me pidió que participara en ese evento porque estaría intermediado por la Alcaldía y toda la vaina. Yo le dije que sí, ¿qué podía hacer? Me sentí incómodo. Esto yo no lo voy a perdonar y tampoco lo voy a olvidar. La gente dice: se regaló, pero no sabe por lo que estoy pasando. No lo quería hacer, pero lo hice.

CG: ¿Qué sigue ahora para usted?

AH: A veces me lo pregunto. Ya no soy el mismo parroquiano que andaba por las calles. Me toca andar encapuchado, cambiando rutas. No sé cómo me volví en esto. Mi concierto de grado es lo único que me saca de la realidad. Espero sobrevivir. Espero llegar con vida a fin de año. La situación es pesada. No quiero que alguien llegue a hacerme algo a mí y haya otra persona inmiscuida. Si me lo van a pegar (dice mirando al hombre a nuestro lado) péguenlo cuando esté solo, pero no toquen a nadie más.

… “la protesta social, como una herramienta fundamental para la transformación, develó el profundo descontento de diversos sectores ciudadanos, principalmente de juventudes cuyas voces han sido excluidas de la participación en nuestro país. La indignación por la violencia y el cansancio por las condiciones actuales de desigualdad y pobreza se trasladaron de manera permanente al espacio público”.

Es 23 de abril de 2021. Han pasado siete meses desde nuestra conversación. Veo por primera vez su rostro limpio, sin pasamontañas ni abrigos, pero sosteniendo la misma mirada cansada. Estamos hablando por videollamada, él en un país secreto y yo en Bogotá. Le preguntó qué pasó, por qué se fue de Colombia.

AH: Fueron muchas razones de seguridad las que motivaron mi salida del país. Trataron de matarme en varias ocasiones. Una noche estaba en el parque de El Ingenio y miré a los ojos al que iba a ser mi asesino. Yo vi el arma. No sé qué pasó, pero no me mató. Dios es muy grande.

CG: ¿Cuál es la razón por la que usted cree que quieren asesinarlo?

AH: Mi abogado y yo interpusimos una demanda en julio del año pasado contra el Estado y los civiles que me capturaron. Creo que es porque nosotros presentamos la prueba reina que tiene a uno de los implicados enfrentando cargos.

CG: ¿Cómo es su vida ahora?

AH: Difícil. No hablo el idioma de este país. Sé que los primeros meses serán los más complicados, pero no puedo volver a Colombia hasta no tener garantías de seguridad, en Cali me quieren matar.

CG: ¿Logró interpretar su concierto de grado?

AH: Por todo esto no he podido terminar la carrera. Estoy estudiando mi último semestre a distancia gracias al profesor Alberto Guzmán.

CG: ¿Y su mamá?

Álvaro y su mamá, tras recuperar la libertad.

(Su rostro se oscureció. Álvaro miró al infinito como en ese video infame. Traté de recordar su imagen en la fotografía que circuló en redes sociales el día de su captura: sonriente junto al lago de la Universidad del Valle con el corno francés en sus manos. Pero, ¿quién soy yo para confrontar las bifurcaciones del destino de los otros?, ¿acaso no debería bastar con admirar la valentía de alguien que pronunció con su vida la palabra Patria?, ¿por qué la vida tiene que ser tan injusta?)

AH: Mi mamá está tranquila… Decirle adiós ha sido lo más doloroso.

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