“La literatura es lo más trascendental que uno puede hacer siendo egoísta”: Luis Miguel Rivas
Desparpajo, audacia narrativa, talento y una buena dosis de observación a nuestra realidad nacional, son algunos de los elementos que caracterizan la prosa de este escritor. Rivas, oriundo de Cartago, pero criado en Antioquia, es autor de los libros de cuentos ¿Nos vamos a ir como estamos pasando de bueno?, Tareas no hechas, Los amigos míos se viven muriendo y Malabarista nervioso. Asimismo, publicó en 2017 la novela Era más grande el muerto. La Palabra conversó con él para conocer cómo es su universo narrativo y sus perspectivas sobre la literatura en tanto oficio. He aquí lo que nos contó.
Por: Alejandro Alzate

Foto: Chelo Camacho. Tomada de: elpais.com.
Alejandro Alzate (AA): En Malabarista nervioso hay una fuerte conexión con la memoria cultural popular colombiana, ¿qué puedes decirnos al respecto?
Luis Miguel Rivas (LMR): Sí, en Malabarista nervioso hay una conexión con la memoria y la cultura popular. Esta relación ha constituido una preocupación en todo lo que yo escribo. En ese sentido, me ha interesado mucho el asunto de la imaginería católica. También me ha interesado analizar la iconografía religiosa y la manera en que esta se cruza con nuestro pensamiento popular. Me llama la atención observar cómo el modo de pensar católico se articula con otros valores un poco más prosaicos de la vida colombiana y antioqueña en particular.
Me parece interesante ver cómo se instituyen valores en torno a la malicia, al salir adelante por encima de lo que sea y a la consecución de la plata a como dé lugar. Todo eso se articula, paradójicamente, con los valores católicos del servicio, la solidaridad y el deseo de ser mejores personas.
AA: Un relato como Marejada Feliz da cuenta de la despersonalización de las relaciones humanas; en ese sentido, ¿es la literatura una ‘herramienta’ que actúa como punto de encuentro entre las gentes?
LMR: Sí, efectivamente. En este mundo de información y comunicaciones impersonales a través de las redes, de la presencia de la publicidad y la saturación de datos, la literatura se convierte en el instrumento de comunicación más cargado de humanidad. En la poesía, en la novela y el ensayo es donde en realidad están circulando los sentimientos humanos, el conocimiento humano, la mezcla de sentires y pensamientos que está más allá de intereses políticos, publicitarios o de cualquier otro tipo. Creo que la literatura es el último bastión de humanidad que queda en este universo saturado de tantas cosas. Los libros son el rescate de la humanidad en una cada vez más amplia oferta de lenguajes.
Me parece interesante ver cómo se instituyen valores en torno a la malicia, al salir adelante por encima de lo que sea y a la consecución de la plata a como dé lugar. Todo eso se articula, paradójicamente, con los valores católicos del servicio, la solidaridad y el deseo de ser mejores personas.
AA: En San Cristóbal reaparece el ya mítico Don Efrem con su narco-cultura a cuestas. ¿Cómo ves el narcotráfico hoy en Colombia?
LMR: El narcotráfico es un hecho real, no es un fenómeno del pasado. Mientras el asunto de la droga no esté legalizado universalmente —y siga siendo un negocio de tantísimas ganancias —, se seguirán moviendo enormes cantidades de dinero y, sobre todo, de poder.
El narcotráfico es una realidad en la estructura de la sociedad colombiana, en el funcionamiento del poder en Colombia; por eso sigue siendo un tema en nuestra literatura y en nuestro arte. Incluso, suponiendo que ya no operara en nuestra realidad, habría que seguir tratándolo desde distintos puntos de vista. Habría que volver a él para explicar la manera en que afectó cada una de las instancias de la sociedad; no solo a quienes intervinieron en el negocio, sino en la construcción de nuevas mentalidades. Lo que generó el narcotráfico en los años 80 y 90 con Pablo Escobar fue también un asunto de mentalidad, un asunto cultural. Eso es justamente lo que planteo en mi novela Era más grande el muerto. Todos tuvimos que ver con el narcotráfico de alguna manera. Su presencia permeó todo y a todos.
AA: ¿Es Don Efrem una suerte de fantasma que traspasa, sin dificultad, las barreras del tiempo en Colombia?
LMR: Sí, como mencioné anteriormente, el narcotráfico es un hecho real, un hecho actual. Don Efrem es algo así como la memoria del tiempo que no se quita de encima el flagelo del narcotráfico. En mi novela Era más grande el muerto vuelvo al tema porque sigue siendo una asignatura pendiente en Colombia y en el mundo.

AA: En La sonrisa de nuestra señora predomina la superchería popular en torno al culto a la Virgen. ¿En tu opinión, las religiones siguen vigentes por fe o por negocio?
LMR: Creo que ambas cosas; lo cual no niega que la religión católica está muy metida en nuestro inconsciente colectivo colombiano. La fe católica hace parte de nuestra cultura, de nuestra idiosincrasia. La fe se practica como parte del funcionamiento cultural, hace parte de nuestros valores, de nuestro modo de ser. A mí me interesa explorar la culpa en mis textos. Los colombianos somos muy proclives a sentir culpa y en eso me ha interesado ahondar. Me interesa observar la doble moral y aquello de ser hijos del pecado. No menos interesante es observar cómo se comercia con la fe; cómo se articulan los valores morales con el usufructo económico. Los valores nobles que tiene la religión católica se vuelven mercancía, aunque, a veces, quiera negarse el hecho.
AA: En tu literatura se aprecia una tentativa por construir el perfil del pícaro paisa —o colombiano en todo caso —. ¿Qué permite la ficción en términos de la construcción de ‘un sujeto nacional’?
LMR: Los textos dan cuenta del mundo del autor, de todo aquello donde ha estado inmerso. Me interesan los personajes que tienen que vérselas de frente con la dificultad para sobrevivir. Me interesa contar las historias que vi y oí, las historias de la gente con la que me relacioné en algún momento. A mí me interesan mucho las paradojas que implica el hecho de ser colombiano. Dentro de todo esto, la picardía se convierte en uno de los instrumentos que tiene el don nadie, el marginado y, en general, el que está aislado del mundo y del poder, y solo cuenta con su malicia. Yo recreo mucho de eso en lo que escribo; me baso en la realidad sin tener pretensiones realistas.
El narcotráfico es una realidad en la estructura de la sociedad colombiana, en el funcionamiento del poder en Colombia; por eso sigue siendo un tema en nuestra literatura y en nuestro arte.
AA: En tus cuentos los personajes están instalados en la medianía de la vida. Desde esa perspectiva, ¿ellos vencen a la vida o la vida los vence a ellos?
LMR: Los personajes siempre están ahí: en la cuerda floja. Están sosteniendo y tratando de que no se caigan las cosas con que hacen maromas. En últimas eso es la vida: es la mezcla entre lo que no se puede dominar, que es el azar y la existencia misma, y la voluntad de hacerlo. Finalmente, creo que si la vida se impusiera sobre la voluntad de los personajes, no habría un conflicto, no habría una historia. El conflicto surge cuando mis personajes hacen resistencia a las corrientes que los preceden, que los determinan. En Malabarista nervioso no hay una preponderancia de la vida sobre los personajes ni de estos sobre la vida; el tira y afloje es permanente.
AA: Uno de los cuentos de tu libro se llama “El muerto sigue bien”, tu primera novela se llama Era más grande el muerto, tu primer libro de relatos se llama Los amigos míos se viven muriendo, ¿te obsesiona la muerte, narrativamente hablando?
LMR: No, al menos de manera consciente. Los grandes temas de la literatura universal son el amor, la vida y la muerte; esta última entendida como el acto final de la vida y como momento que le da significado a todo; a la existencia misma. En mi caso, el hecho de haber vivido en una sociedad y una época violenta, en la cual la muerte estaba tan cerca, tan presente, hace que esta se convierta en un tema. Cuando se quiere hablar de la sociedad en la que uno vivió y creció, la muerte está ahí cruzada. En ese sentido, más allá de que la muerte me haya tocado como persona, puede decirse que está incorporada en mi pensamiento, en mi historia. Repito: el hecho no es consciente, pero está ahí. Hace parte de mí y nuestra memoria. En mis textos estará siempre presente, pues está incrustada en mi personalidad como escritor y como colombiano.
AA: “Fantasma sin énfasis” es un cuento muy particular, una parodia al cuento de fantasmas. ¿Qué nos puedes decir de él?
LMR: Ese cuento me encanta. Es un viaje al mundo de la depresión, un viaje a las emociones profundas y confusas de la vida que nos asaltan. Creo que es el mejor relato del libro.
AA: ¿Qué es la literatura para Luis Miguel Rivas?
LMR: Es un intento, un deseo, una manera, un desespero, una esperanza. Es lo más trascendental que uno puede hacer siendo egoísta. Es también un instrumento de la vanidad y del poder, un artilugio…pero al mismo tiempo es el instrumento ideal para luchar contra esas tres cosas.