José Manuel Fajardo y la novela como golpe al lector
La obra de este periodista, escritor y traductor español nacido en Granada, en 1957, es una exhortación para que los lectores de todos los confines evalúen, por un lado, el estado de sus propias medianías y, por otro, las dinámicas de los contextos en los que se desenvuelven. Dentro de los títulos que ha publicado este autor se destacan La epopeya de los locos (1990); Una belleza convulsa (2001); Mi nombre es Jamaica (2010); Vidas exageradas (2003); Primeras noticias de Noela Duarte (2008) y Odio (2023), entre otras. En esta ocasión, y a raíz de la presentación de esta última novela en la Feria del Libro del Zócalo, en México, La Palabra conversa con el narrador sobre la historia que propone el texto y lo que cuestiona de manera velada o directa.
Por: Alejandro Alzate

Foto: Susana Rodríguez. Tomada de: oruba.es
Alejandro Alzate (AA): Odio es una novela que pretende la concreción, es decir, no se toma demasiado en serio la licencia para divagar y elaborar una extensión colosal, un número de páginas despiadadas con el lector. ¿Por qué?
José Manuel Fajardo (JMF): Ciertamente, a Odio no va a poder reprochársele el exceso de páginas. Es una novela corta, cien páginas apenas, concebida como un golpe, con la idea de que fuera contundente. No creo que existan fórmulas universales para la escritura de ficción y, si las hay, no es ese tipo de escritura el que me interesa. Lo que busco al escribir es siempre adentrarme en territorios donde no me siento seguro, la escritura como descubrimiento. He escrito libros de quinientas páginas, como El Converso, y ahora este, tan breve. Cada historia requiere una forma propia de ser contada. Odio es una caída en el pozo de dos mentes despiadadas y yo quería que el libro fuera así, vertiginoso como una caída, contundente como un puñetazo.
(AA): Tras leer la novela queda en claro cómo el odio, en tanto sentimiento, es tan o más potente que el amor y la virtud. ¿Qué te llevó a escribir desde ese lugar de la enunciación?
(JMF): El odio es un vínculo destructivo entre seres humanos, pero es un vínculo, y como en el amor, uno puede odiar sin ser odiado por la otra persona. Es una pasión unidireccional, a veces correspondida, a veces no. Y es extremadamente poderoso porque tiene su raíz en el miedo, que yo diría que es más un instinto que un sentimiento. El miedo es básico en nuestra especie de mamíferos sin garras ni colmillos afilados, sin piel curtida que nos proteja. Somos una especie sobreviviente y ese miedo ancestral nos acompaña y conforma. Por eso mismo me interesaba escribir sobre el odio, porque es fruto de algo que todos llevamos dentro y, por tanto, es una pasión en la que podemos caer más fácilmente de lo que pensamos. Como escritor, no tengo el propósito de adoctrinar moral o socialmente a mis lectores. Yo confío en la madurez del lector, al menos de aquel que quiera embarcarse en una lectura como esta, que plantea preguntas, que se asoma a las zonas oscuras del alma, que muestra lo que, por lo general, no queremos ver: que los monstruos también son humanos, horriblemente humanos, y que entender lo que los lleva a convertirse en monstruos es algo fundamental para protegernos a nosotros mismos y a los demás de la tentación de nuestros propios abismos.
(AA): Aparejado al odio vienen el hastío y el agotamiento interior. ¿Ves al hombre contemporáneo atrapado entre estas dos instancias?
(JMF): Estoy convencido de que todo el mundo, hasta el mayor criminal, es consciente del horror de sus actos. Las pasiones son verdaderos campos de batalla que se libran dentro del corazón de quienes las viven. El deseo, el miedo, el odio, el amor desgastan porque nos tensionan, nos llevan al límite. Y sobre todas ellas planea la sombra de la frustración, que muchas veces viene a ser el detonante de los cataclismos de esas pasiones: los celos en el amor, el crimen en el odio, la violación en el deseo, la intolerancia en el miedo. El hastío es una de las formas en las que se manifiesta la frustración, y el agotamiento interior es el prólogo de la derrota ante los peores excesos de una pasión, es el momento en el que dejamos de librar esa batalla interior por intentar dominar nuestras pasiones y nos dejamos arrastrar por ellas.
Como escritor, no tengo el propósito de adoctrinar moral o socialmente a mis lectores. Yo confío en la madurez del lector, al menos de aquel que quiera embarcarse en una lectura como esta, que plantea preguntas, que se asoma a las zonas oscuras del alma, que muestra lo que, por lo general, no queremos ver: que los monstruos también son humanos, horriblemente humanos…
(AA): ¿Hasta dónde la reflexión sobre violencia determina el espíritu de tu obra? Quiero decir, de esta y de las demás.
(JMF): La violencia me obsesiona, desde niño. Crecí con las historias de la guerra civil y de la represión de la posguerra que se contaban en mi casa, porque mi familia materna era republicana y pagó un alto precio por ello. Me espantaba la violencia en la escuela, eso que hoy se llama bullying, con esta manía paleta de ponerle nombre inglés a las cosas que ya se nombran en español: acoso escolar. Estudié en un colegio de curas solo para niños, y crecer en esa sopa de testosterona fue un verdadero máster en violencia. Violencia chiquita, si se quiere, pero extremadamente dañina. E ingresé muy joven en el partido comunista, con Franco todavía vivo, para luchar pacíficamente contra la violencia de la dictadura, pero bien consciente de que en nombre de mis ideas políticas se habían cometido también atrocidades y violencias como las del estalinismo. Creo que de todo eso viene mi interés por escribir sobre la violencia, sobre la libertad, y sobre los límites que tiene la legítima búsqueda de la felicidad. Retomando la pregunta que ya planteó Thomas More en Utopía − “¿Ser más feliz por una vía que detesta mi alma?” – he intentado reflexionar literariamente sobre las consecuencias de buscar la felicidad a cualquier precio, de considerar que el fin justifica los medios.

(AA): ¿Crees aquello de que lo peor siempre está por venir? ¿Es pesimista o realista la literatura que haces?
(JMF): Dice el chiste que el optimista es un pesimista mal informado, pero yo no comparto esa opinión. El optimismo es un motor imprescindible para avanzar como individuo y como sociedad. Los periodos de extremo pesimismo suelen alumbrar monstruos porque el pesimismo, de nuevo, está asociado con el miedo. Lo que no soy es ingenuo. Soy bien consciente de los riesgos, los peligros, las desgracias que forman parte de la vida. Solo que no me resigno a vivir a su dictado. Así que diría que soy un optimista escarmentado y creo que mi literatura es reflejo de ello. Incluso este libro feroz que es Odio. Al final de él, resuena un mensaje de móvil que es como la llamada de la bondad a las puertas del mismísimo infierno.
(AA): ¿Por qué situar las historias de los personajes en Londres y París, ciudades asociadas a la alta cultura y el refinamiento?
(JMF): Quería situar las historias en grandes ciudades que además tuvieran un poder simbólico. Londres y París lo tienen y están asociadas, además, a una larga memoria colectiva, tanto histórica como literaria, que no sólo ha sido refinada sino bien sangrienta en ocasiones. De modo que podía jugar con lo que el lector ya sabe de ambas ciudades y de la literatura escrita sobre ellas, y así podía ahorrarme referencias más explícitas en mi texto, lo que me ayudaba a la necesaria brevedad. Odio es también un juego literario lleno de guiños a autores como Stevenson, Conrad, Wilde, Cervantes. Comenzando por esa elección de Londres y París, que es también un guiño a la Historia de dos ciudades, de Dickens.
La sociedad actual es la campeona de la hipocresía. Continuamente se habla del bien, del respeto, pero en nombre de ese bien y ese respeto no se duda en bombardear países matando a miles de inocentes o en censurar o denigrar a quien no actúa o no habla como pensamos que debe actuar o hablar. Se predica una piedad formal, discursiva, y se practica una cotidiana agresividad verbal y, a veces, física.
(AA): El tedio y el hastío parecen ir concretándose en esas dos ciudades, en sus calles y espacios. ¿Querías con ello derrumbar algún falso imaginario cultural?
(JMF): No, al contrario, quería jugar con ese imaginario. Lo que sí hice es dar un fuerte protagonismo a la propia ciudad, a sus calles, su ambiente. Hacer de las descripciones un elemento activo de la trama, un reflejo inquietante del espíritu atormentado y atroz de los dos protagonistas.
(AA): Las historias de la novela están situadas en los siglos XIX y XXI, ¿por qué se omitió un siglo tan decadente y beligerante como el XX?
(JMF): Porque quería contraponer el presente con un pasado suficientemente lejano como para mostrar que ese hilo feroz de odio que hoy vemos en las noticas, en las redes sociales, viene de lejos. Es un odio antiguo que toma formas modernas, pero en el fondo es el mismo: el odio al otro, al diferente, con un peso en él terrible de la misoginia, del odio contra la mujer.
(AA): ¿La sociedad actual está dejando de ser cada vez más humana para reivindicar la impiedad en todas sus formas?
(JMF): La sociedad actual es la campeona de la hipocresía. Continuamente se habla del bien, del respeto, pero en nombre de ese bien y ese respeto no se duda en bombardear países matando a miles de inocentes o en censurar o denigrar a quien no actúa o no habla como pensamos que debe actuar o hablar. Se predica una piedad formal, discursiva, y se practica una cotidiana agresividad verbal y, a veces, física. Hay una atención casi exclusivamente introspectiva, una fijación obsesiva en lo que me duele, me ofende, me irrita, me daña, me asusta, me inquieta. Yo, yo, yo y yo. El veneno del “yoyoísmo”. El individualismo considerado como medida de todas las cosas. Por eso me empeño en meterme siempre en la piel del otro cuando escribo. Es mi antídoto.
(AA): ¿Tienes algún nuevo proyecto en mente?
(JMF): Sí, llevo casi dos años trabajando en una novela nueva, pero avanzo muy despacio porque la vida del escritor se ha vuelto extremadamente complicada desde la crisis económica de 2008. Para poder vivir necesito hacer otros trabajos, como la traducción literaria del francés y del portugués al español o la organización de encuentros literarios, y eso me deja muy poco tiempo para mi propia escritura.