Crítica Cine

El tren de sal y azúcar: memorias de la guerra civil en Mozambique

La ficción yace anclada a la realidad en la película Un tren de sal y azúcar, y nos recuerda que, al igual que Colombia y su conflicto armado de 60 años, algunos países del continente africano han librado guerras por décadas, dejando como saldo  muerte, pobreza, hambre y esperanza. Porque la esperanza siempre insiste, hasta en los mayores momentos de oscuridad. Esta película hizo parte de la V Muestra Itinerante de Cine Africano 2023.

Título: El tren de sal y azúcar (Comboio de sal e açucar)
Director: Licinio Azevedo
Nacionalidad: Brasil, Portugal, Francia, Sudáfrica y Mozambique 
Año: 2016
Duración: 133 minutos

Por: Víctor Morrón

Foto: afribuku.com

El pasado 11 de mayo, en el marco de la V Muestra Itinerante de Cine Africano (MUICA), se proyectó en la cinemateca del museo La Tertulia la película El tren de sal y azúcar, cinta que ahonda sobre el amor,  la espiritualidad, el nacimiento, la violencia de género y  la esperanza en la guerra civil de Mozambique, ocurrida a finales de los años 80. 

Un tren protegido por soldados del Ejército parte de la ciudad de Nampula, en Mozambique,  hacia Malawi, llevando consigo los sueños de personajes como Rosa, una joven que ha conseguido una plaza de enfermera; o Amelia, quien ha invertido todos sus ahorros en el viaje hacia Malawi con la intención de cambiar sacos de sal por azúcar para luego revenderlos a mayor precio.

El viaje se ve interrumpido constantemente por daños a las vías del tren y los ataques armados de una especie de  guerrilla dirigida por el comandante Xipoko. Por su parte, los soldados se encargan de proteger el tren, al tiempo que se convierten en los peores enemigo de sus ocupantes. Violan mujeres, golpean a los pasajeros y roban sus cargas, poniendo de manifiesto, de alguna manera, los rasgos de una institución violenta, especialmente en términos de género, donde el cuerpo de la mujer es visto como campo de dominación. A propósito de lo anterior, en uno de los diálogos, Amelia le dice a Rosa: “Los soldados son como niños, niños violentos”.

En El tren de sal y azúcar se nos muestra una África diversa, con historias particulares en cada región, y con relatos distintos a las representaciones de un continente pobre y con una industria cinematográfica de baja calidad. En este caso, deteniéndose en la tragedia de la guerra civil que abarcó casi treinta años de conflicto, y que recuerda el pasado colonial y la lucha por la independencia en dicha nación.

El amor y la guerra pueden confluir en un mismo lugar de manera trágica, y así lo sabe el director, quien construye un romance entre Rosa y Taiar, un soldado que denuncia los excesos de su tropa. En el último combate, Tailar es herido, muriendo horas más tarde en los brazos de Rosa y mirando el monte Namuli, la segunda montaña de mayor altura en Mozambique. De alguna forma, la muerte de Tailar nos recuerda lo absurdo del conflicto y la esperanza de un futuro mejor en contextos de violencia armada. 

De igual manera, la espiritualidad se hace presente en personajes como el comandante Sete Maneiras, quien dirige la tropa del Ejército. Dicho personaje está construido en torno a su conexión con los espíritus, que guían su camino en la guerra que enfrentó principalmente a dos bloques: el Frente de Liberación mozambiqueño (FRELIMO) y la Resistencia Nacional Mozambiqueña (RENAMO). El primero, un partido con matriz de corte marxista-leninista que lideró la independencia de Mozambique de la colonia portuguesa; y el segundo, un partido inclinado a la derecha que dirigió la insurgencia contra el Estado.

Foto: afribuku.com

En El tren de sal y azúcar se nos muestra una África diversa, con historias particulares en cada región, y con relatos distintos a las representaciones de un continente pobre y con una industria cinematográfica de baja calidad. En este caso, deteniéndose en la tragedia de la guerra civil que abarcó casi treinta años de conflicto, y que recuerda el pasado colonial y la lucha por la independencia en dicha nación.

Paradójicamente, y a propósito del cine en las naciones africanas, el director Licinio Azevedo comenta en una entrevista para el periódico El País de España: “El cine de ficción no existe en Mozambique, donde apenas hay intérpretes. Yo trabajo bien con gente sin experiencia, no soy un director autoritario, así que les dejó que aporten, por ejemplo, su lenguaje, porque enriquece la historia”. Y añade: “Sin una política cultural que nos apoye, no hay futuro”, dando a entender que existen grandes dificultades para para financiar el cine en Mozambique, además de la visibilización de sus intérpretes. 

Foto: justwatch.com

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