Crónica

Crónica – Jesús Martín Barbero: en busca de América Latina

Jesús Martín Barbero: en busca de América Latina
In memoriam

He recibido la noticia, pero algo de mí se resiste a creerlo. He llegado hasta pensar que fue un error de información, que él sigue ahí como siempre, como un faro en la penumbra. Tal vez lo confundieron. Es más, he deseado que sea una fake news, pero todos lo confirman…Parece que es verdad (Cali, junio 13 de 2021).


Por: Alejandro Ulloa
Profesor Titular de la Escuela de Comunicación Social-Univalle




Jesús Martín Barbero (1937 – 2021), teórico de la comunicación de origen español.
Foto: https://bit.ly/3woWa6X


Evocar a alguien tan importante como Jesús Martín Barbero después de su partida final, es como caminar por el filo de un abismo que obliga a preservar el equilibrio para evitar caer en cualquiera de los dos lados igualmente peligrosos: el del culto a la personalidad, desencadenado a raíz de su sentido y lamentable fallecimiento; y el de la adulación incondicional de su gran obra, que por eso mismo debe ser objeto de evaluación rigurosa y ponderada. Nos convoca la lectura crítica de su legado y de la manera como su pensamiento se proyectó y se transformó en el trabajo de quienes fueron sus discípulos, sus colegas o sus amigos. En mi caso, la relación personal con él como maestro y colega no se puede separar de la relación con sus ideas y sus textos orales y escritos, con los que hemos dialogado. Hablaré de Jesús, o Jesús Martín, como siempre lo conocimos y lo tratamos en la Universidad del Valle, y no de Martín Barbero como lo llamaban en otras partes. Este relato se basa en varias fuentes: el contacto directo, como alumno de su curso de semiología en 1977, en la maestría en Lingüística y Español de la Universidad del Valle. Y luego, como compañero de trabajo durante 15 años en la escuela de comunicación social de esta misma universidad, a la que me vinculé como docente en 1980, gracias a su invitación para participar en la convocatoria por una vacante en el área de escritura, justificada –su invitación – por haber realizado mi tesis sobre la enseñanza del español, a partir del análisis del discurso, y para la cual él me había donado dos presentes: una idea y varias asesorías. La idea, que fue determinante para mi tesis, era investigar el discurso partiendo de las diferencias y las relaciones entre lo oral y lo escrito, temas sobre los que continúo indagando. Las asesorías me ayudaron a conducir el trabajo hasta el final. Otras fuentes para esta narración son los seminarios internos donde Jesús expuso los avances de sus investigaciones en el claustro de profesores de esta escuela. Muchas de las ideas discutidas en dichos seminarios se llevaron después a varios de sus artículos y en particular a su libro De los medios a las mediaciones (1987). En cierto modo, esa obra tuvo previamente una versión oral en borrador, pues varios de los autores citados en ella fueron los que debatimos internamente, aunque no fuera el claustro el único lugar donde él lidió con sus planteamientos ante diferentes interlocutores. Uno de sus grandes méritos fue el haber puesto en discusión los modelos teóricos con los que se estudiaba la comunicación social y se analizaban los medios, bajo la premisa de que había una simetría entre emisores y receptores, unidos por el sentido unívoco de los mensajes. Desde el modelo informacional que reducía comunicación a transmisión de información, hasta el modelo funcionalista que concentraba su estudio en el análisis de los efectos que producían en los receptores. Y el modelo de la semiótica estructuralista, centrado en la inmanencia del texto, al margen de sus condiciones de producción y de las condiciones de recepción. Los tres tenían en común una visión instrumental de los medios como herramientas que, vistos desde cierta perspectiva crítica, servían a la reproducción de la ideología dominante y la alienación de las masas. De ahí la tarea de denunciarlos sistemáticamente como uno de los pasos a dar en el anhelado proceso de transformación social que pregonaban partidos y organizaciones políticas de izquierda. Y en esa trampa habíamos caído todos en los años 70 al repetir dicha consigna basada en la concepción instrumental que solo veía en los medios las huellas de la dominación, pero no las de la historia, ni las huellas de los conflictos y menos aún las de las resistencias. Es en ese ajuste de cuentas donde Jesús Martín va perfilando una alternativa, admitiendo que no fueron solo las limitaciones teóricas y metodológicas de los modelos cuestionados, sino los procesos histórico-sociales de América Latina, los que condujeron a los investigadores como él y sus pares a construir otra opción. Una que incluía en su agenda tres reflexiones básicas: el redescubrimiento de lo popular – ya no como folclor -; el sentido de lo político – por fuera de la institucionalidad de los partidos -; y la indagación sobre la cultura – en su concepción antropológica – para encontrar en la articulación de ese conjunto, la dimensión comunicativa de la cultura como espacio de producción del sentido. De ahí el desplazamiento para estudiar la comunicación no desde los medios y desde las disciplinas del campo, sino desde la cultura popular y su historia, múltiple, diversa y cotidiana.


Foto: https://issuu.com/luis1838/docs/jesus_martin_barbero_de_los_medios_


Uno de sus énfasis en los años 80 se centraba en la crítica a la escuela de Frankfurt, particularmente sus debates con Adorno, alimentados desde la perspectiva de Benjamín, a quien Jesús consideraba distinto en su manera de concebir el arte y la cultura, y la relación de ambas instancias con la industria. Creo que buena parte de la creación teórica de Jesús Martín emerge de esa impugnación contra la escuela de Frankfurt, que veía la cultura de masas como degradación del arte, convertido en mera distracción, mediante la “vulgarización” de las más importantes obras reproducidas por la industria. La estructura de producción en serie inherente a la producción industrial, extendida a la creación artística, sacrificaba las virtudes que hacían del arte algo diferente al sistema social, y lo reducía a una mercancía más cuyo valor de cambio prevalecía sobre el valor de uso, con lo cual se reafirmaba la sumisión del artista al poder del capital. Como concepto estrella de Adorno y Horkheimer, la Industria cultural no solo igualaba la cultura al arte y asumía la obra como una mercancía más, sino que convertía al receptor de la misma en un consumidor pasivo y alienado. Inserto en el debate latinoamericano sobre las concepciones filosóficas de Adorno y sus seguidores, Jesús expandió la sospecha contra las certezas críticas de los filósofos de Frankfurt, heredadas por el marxismo criollo, que esquematizaba el papel de los medios de comunicación en tanto meros aparatos de manipulación. Cuestionó el etnocentrismo de clase que explicaba las contradicciones sociales desde la perspectiva única de las relaciones de producción que definían el protagonismo de la clase obrera, al mismo tiempo que se subestimaban otras comunidades existentes, sus luchas y sus memorias, como parte de una formación social específica. Reprochaba que solo desde la infraestructura económica, la ortodoxia marxista había concebido la dominación y la resistencia en el capitalismo, cuando había otras manifestaciones de opresión y conflicto que era necesario buscar en la vida cotidiana de las diferentes comunidades constitutivas del “pueblo”. Contra los lugares comunes instalados dentro y fuera de la academia, emprendió Jesús una larga batalla a la que no renunció nunca. Contra esos molinos de viento, continuó su tarea de caballero andante para postular luego que en los productos que la industria ponía en circulación, había no solo una lógica mercantil, sino una lógica simbólica desde la cual se percibían e interpretaban. En esa dirección propuso como hipótesis “tres lugares de mediación: la cotidianidad familiar, la temporalidad social, y la competencia cultural” (1987:233), concentrando su mirada en los países latinoamericanos.


Foto: http://www.revistalatinacs.org/070/rese/13MartinB.html


Las tesis de la Escuela de Frankfurt, si bien habían puesto “la problemática cultural” como lugar “estratégico desde el cual pensar las contradicciones sociales” del capitalismo en Norteamérica y en la Alemania Nazi, no tenían la misma potencia para examinar el caso en América Latina. Para Jesús, la massmediación como fenómeno antropológico y social tenía unas matrices culturales de vieja data, que él intuyó y empezó a rastrear, como parte de su investigación teórica donde se cruzaban la filosofía y la historia, la sociología política, la crítica literaria y la antropología. Así fue descubriendo la importancia del melodrama y su continuidad en el circo popular, luego en la radio y el radioteatro, y posteriormente en la telenovela. Descubrió las exuberancias de la oralidad junto a la procacidad y la burla de la risa en el carnaval de la edad media, descritos por Bajtin. Indagó por la literatura de cordel en España, en Francia y el Brasil, que mediaba las relaciones entre oralidad y escritura. Interrogó el funcionalismo norteamericano de los años 50 que examinaban los medios desde sus efectos, otro de los molinos de viento que combatió con su lanza y con su espada. Como un arqueólogo se sumergió en los terrenos inexplorados de la historia social de la cultura producida por los excluidos de la modernidad, para ver en ella una pista definitiva con la cual mirar – y comprender – de otro modo, los procesos de comunicación en la sociedad del siglo XX. En rigor, la industria cultural no era un lanzamiento de última hora; tenía sus antecedentes en la invención de la imprenta, esa maravilla tecnológica con que se inicia la fabricación del libro como la primera mercancía producida en serie, en el siglo XV. A partir de entonces, se incrementará la producción industrial de relatos e imágenes que Jesús va encontrando en el transcurso de su investigación remontándose al siglo XVII el llamado siglo de oro de la literatura española. En ellos percibe las huellas de las diferencias y las distancias sociales a medida que explora la literatura hecha para la plebe urbana, materializada en melodramas, coplas, canciones, misterios y refranes, entreverados en la indiscriminada mezcla de géneros, conocida como la literatura de cordel, expuesta en calles y plazas de mercado, atadas a una cuerda donde se podían ver y leer. Esa literatura que Lope de Vega representó en una de sus comedias citadas por Jesús Martín (1987:111) y que el mismo Lope caracterizó “en un memorial dirigido al rey en defensa de sus derechos de autor”, al referirse a “los sucesos que buscan, las tragedias que fabrican, las fábulas que inventan de hombres en las ciudades de España que fuerzan a sus hijas, matan a sus madres, hablan con el demonio, niegan la fe, dicen blasfemias…” (1987:112). Y es en ese largo camino donde Jesús va configurando su teoría de la massmediación, pasando por las tradiciones orales y las narrativas reivindicadas por el romanticismo del siglo XVIII y XIX en Europa, que remiten a otras memorias culturales diferentes a las de la ilustración; y pasando por el folletín, la novela por entregas divulgadas en los diarios donde publican desde Dickens y Balzac hasta Dostoievski. Ahí se ensamblan también otros antecedentes de la cultura de masas y la industria cultural, donde se cruzan las tecnologías, el arte, la industria y el mercado, en el contexto de la ciudad, antes de que se inventaran el cine y la radiodifusión. En esa reivindicación de la cultura como concepto central para entender la comunicación, es cuando Jesús Martín continúa trabajando sobre / y /con las tesis de varios autores cuyas lecturas compartió con nosotros en seminarios internos que él propuso, en los que aportaba sus lúcidas deliberaciones y donde planteó que al final cada uno de los participantes expusiéramos nuestros proyectos o avances de investigación. Leímos y discutimos con él – entre otros textos – El queso y los gusanos, de Ginzburg; El Narrador, y La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, de W. Benjamin; los capítulos sobre el carnaval en La Cultura popular en la edad media y el renacimiento de Bajtín; Tradición, revuelta y conciencia de clase, de E.P. Thompson; el Ensayo sobre la literatura de cordel en España, de Caro Baroja; Latinoamérica, las ciudades y las ideas, de José Luis Romero; Las culturas populares en el capitalismo de García Canclini – De ellos surgieron varias claves para estudiar la recepción de los medios, ya no como reacción a sus mensajes, o sus efectos en los receptores sino como prácticas y apropiaciones diferenciadas que distintos tipos de públicos hacen del arte – y de los productos mediáticos – de acuerdo con sus competencias y su capital cultural. La propuesta de Benjamin para investigar “una historia de la recepción”, propuesta resaltada por Jesús Martín, fue decisiva en su proceso de elaboración conceptual. Antes que priorizar la atención en los medios o en las tecnologías que reproducen las obras, o en la obra aislada, era menester examinar los modos de percepción y las sensibilidades desde las cuales se interpretaban y eran apropiadas por sectores sociales diversos, bajo la premisa de que en tales sensibilidades se manifestaban los conflictos, las mutaciones de la historia, las formas de opresión y también las resistencias. Este es, a mi juicio, uno de los legados más importantes de Jesús Martín, porque planteó un cambio de rumbo para estudiar la comunicación y su relación con la cultura, concebidas antropológicamente como dos “objetos” que al igual que el arte se habían transformado en el contexto del capitalismo industrial; y porque orientó como una brújula, muchas de las investigaciones sobre ellas, resaltando los nuevos modos de sentir y de significar ya no en la vieja Europa, sino en las naciones latinoamericanas.


Foto: https://www.flickr.com/photos/ciespal/16342625775


Por la pertinencia con los conceptos mencionados y la influencia que tuvieron en el autor de esta crónica, aludiré al encuentro en su apartamento a donde me invitó a dialogar en 1983, sobre mi proyecto de investigación acerca de la salsa. Entré de lleno en el asunto comentándole que la salsa se había convertido en objeto de interés y atracción al punto que muchos nos preguntábamos porqué la salsa en Cali, sin que nadie tuviera una respuesta. Había ido para que me asesorara, pero el que hablaba realmente era yo, mientras él se limitaba a escuchar atento, observándome sin comentario alguno. Para evitar la incómoda sensación del vacío, le pregunté si había escuchado la canción “Cómo lo hacen”, lanzada ese año por la orquesta de Tommy Olivencia y cantada por Franky Ruiz. Con los brazos cruzados y la mirada fija, me respondió que no. La canción era todo un éxito comercial en las emisoras caleñas y en las discotecas, donde se escuchaba a diario. Presuponiendo erróneamente que él la conocía y que, al igual que yo vagabundeaba por los sitios de salsa, le interrogué justificando mi interés por el hecho de ser un disco que aludía a la relación entre la salsa y el narcotráfico, fenómeno ya visible en esta ciudad y en el país, a medida que los “dineros calientes” y los negocios ilícitos inundaban la vida cotidiana de los colombianos y a medida que se ganaba una conciencia social sobre el problema. Aprovechando la confianza que me concedió mientras me observaba, hice gala de mi conocimiento vivencial de Cali, la ciudad que había recorrido en los años 60 y 70 a pie, en bus y en bicicleta, atravesando la mayoría de los barrios populares, bañando en los ríos, recorriendo los potreros, residuos de las antiguas haciendas ganaderas, jugando en las canchas de fútbol y asistiendo desde muchacho a bares y discotecas de salsa y música antillana que frecuentaba asiduamente. No sé si quería impresionarlo con mi erudición callejera, pero le nombré, uno a uno, los lugares, establecimientos, teatros de barrio, charcos, bailaderos y hasta las plazas de mercado por donde había transcurrido esa etapa de mi existencia. Entre comentarios y exploraciones mutuas, fui descubriendo que Jesús Martín desconocía, no solo la música salsa que tanto me interesaba, sino los demás aspectos de la cultura popular caleña. Me sentí decepcionado. ¿Cómo me iba a asesorar sobre algo que no conocía? A medida que le hablaba percibí por un instante que su mirada tenía la forma de un gran signo de interrogación. Descubrí que a él también le gustaba el fútbol y me contó que hasta lo había practicado en su juventud y que era hincha del Atlético Madrid, el equipo del pueblo en la capital española. Mi desconcierto fue mayor cuando le comenté mi apreciación sobre el exhibicionismo de los narcos en las discotecas que yo frecuentaban casi semanalmente, aprovechando mi soltería de joven adulto y mi condición de profesor universitario haciendo trabajo de campo y aprendiendo a investigar. Narcos ataviados con joyas, cadenas de oro, carros último modelo, escoltas y damas de compañía que hacían parte de su puesta en escena en la vida pública en la ciudad. ¿No había allí la expresión de una nueva cultura? Me preguntaba, antes y después de la visita. Pensé que encontraría en Jesús una explicación teórica de lo que me asombraba: la importancia de la salsa en esta ciudad, los impactos y la violencia del narcotráfico, la relación entre ellas y su presencia ruidosa en el barrio popular caleño. Pero nada de eso parecía conocer. Entre pausa y pausa pude advertir que lo suyo eran los libros. Lo indicaba la extensa biblioteca que nos rodeaba. De repente concluí, que el encuentro con él era en realidad un desencuentro. A pesar de todo, mi desilusión fue pronto compensada, cuando le conté que en la facultad de humanidades me habían rechazado el proyecto de investigación sobre la salsa, en dos oportunidades. Le expliqué que probablemente no lo había sustentado bien, o tal vez los evaluadores no entendían lo que deseaba investigar pues aunque intuía en esa música una manifestación de la cultura popular urbana, no era un objeto legítimo de investigación en una facultad llena de filósofos, semiólogos, historiadores, críticos literarios y algunos sociólogos: (Estanislao Zuleta, Elios Fernández, Jesús Martín Barbero, Germán Colmenares, Jorge Orlando Melo, Eduardo Serrano, Augusto Díaz, Javier Navarro, Sergio Letelier…)[1] Mientras le explicaba, Jesús me escuchaba atento, y luego de un largo silencio compartido mutuamente, me regaló una idea que nunca olvidaré porque me permitió formalizar la propuesta y contar con recursos para su financiación. “¿Por qué no investigas el papel de la radio en la difusión de la salsa? – me dijo – y fue suficiente para despejar el camino. Fue el polo a tierra que necesitaba. Era tan obvio y no me había dado cuenta. Pero una luz se había encendido en alguna parte de mi espíritu. No obstante haber sido rechazado, yo había continuado pensando en el problema, escribiendo, leyendo sobre la música cubana precursora de la salsa, y registrando acontecimientos locales, de manera más intuitiva que teórica. Con lo que había observado y documentado, pude lograr una mejor elaboración del proyecto, una a finales de 1983 y otra en 1984, dos versiones que todavía conservo. Lo reescribí, lo presenté por tercera vez y finalmente fue aprobado. En él, incluí entre los objetivos investigar el papel del narcotráfico, propósito que no se cumplió. A pesar de todas las evidencias al alcance de la vista, y de la mano, no sabía cómo abordarlo. Viéndolo bien, de esa “asesoría” con Jesús salí con sentimientos encontrados. Por un lado me había decepcionado que el mayor teórico de la cultura popular no conociera los barrios, ni las canchas de fútbol, ni las discotecas, ni las tabernas de Salsa, ni escuchara esta música, ni supiera de su relación con el narcotráfico que estaba en alza. En realidad, no tenía por qué saberlo, pues mis expectativas de aprendiz entusiasta eran muy altas y quería resolver de un solo tajo, todas mis preguntas. Al fin y al cabo, él era un filósofo europeo formado en Lovaina y La Sorbona dos de las universidades más prestigiosas del viejo continente. Pero ni él podía tener en su cabeza lo que yo había vivido en relación con mi ciudad y su cultura popular, ni yo podía imaginar la erudición filosófica que él abrigaba en su pensamiento, anclado en la disciplina madre de la civilización occidental. En cierto modo, estábamos mano a mano aunque en posiciones completamente distintas. Mientras él era un intelectual ya reconocido internacionalmente, yo era apenas un trashumante de vida disipada, amante de la lectura y la escritura, del fútbol y del baile, de la calle y de la noche, y de otros placeres tan intensos como inconfesables. Lo aprendido como licenciado en literatura y en la maestría de lingüística y español me permitió ingresar como docente en Comunicación Social, pero no me daba para teorizar sobre la cultura popular, ni explicar la relación de la salsa con el narcotráfico, asunto que no he dejado de analizar. Lo mío era intuición vivencial y empirismo silvestre, una combinación interesante pero muy precaria para objetivos de alto vuelo. No tenía ni la formación teórica, ni la madurez intelectual para enfrentarlo, ni había la distancia necesaria para comprender el fenómeno, ni las condiciones objetivas lo permitían, dado el alto riesgo que implicaba. Para decirlo más sofisticadamente, no había las condiciones epistemológicas requeridas para semejante trabajo. Fue necesario el paso del tiempo, para florecer la idea que se materializó en mi más reciente publicación: La salsa en tiempos de nieve- La conexión latina Cali – Nueva York 1975 – 2000. Acogí su recomendación y decidí empezar por la radio, para iniciar la investigación formal. Fue el primero de varios proyectos que realicé sobre la ciudad y la salsa. Con él, justificaba el propósito dada mi adscripción al departamento de ciencias de la comunicación; y dado el papel determinante que este medio jugó en el arraigo de dicha música durante los años 60 y 70. A ello le dediqué un capítulo en mi libro, (hoy ese capítulo se lo dedico a Jesús Martín) que incluye información empírica para una historiografía del surgimiento de la radio en Cali desde 1930. Incluí un inventario de los programas salseros que había escuchado desde 1965 en adelante y hasta 1988, cuando se publicó La Salsa en Cali. Y una caracterización de los modelos discursivos con que era presentada a los oyentes. Pude entrevistar a algunos de los pioneros de la radiodifusión local y a los locutores que no solo difundían los ritmos afrolatinos, sino que crearon un estilo para hacerlo. Cuando expuse los informes de avance en uno de los seminarios internos, Jesús Martín me escuchaba tan atento como el día que dialogamos en su casa. Era mi más importante interlocutor en ese instante. De modo que focalicé mi mirada en él, y pude advertir que escribía en su libreta de apuntes mientras me observaba cuidadosamente. Ahora el gran signo de interrogación estaba delante de mis ojos. Su interés aumentó cuando me referí a un respetado director de una emisora local, quien me contó cómo en los años 60 y 70, esta se había transformado con gran éxito, no por causa del desarrollo tecnológico sino por el reconocimiento a la diversidad de públicos urbanos para los cuales se decidió programar distintos géneros musicales, franjas noticiosas, espacios deportivos, radionovelas… Si antes la programación era por bloques – de música colombiana, tangos, rancheras, boleros – ahora se había diversificado de acuerdo con una audiencia segmentada, teniendo en cuenta los inmigrantes que habían llegado a Cali y seguían arribando, desde pueblos, ciudades y regiones colombianas. Al segmentar a su audiencia, a partir de lo que el medio suponía sobre los gustos, las necesidades de información y las preferencias de sus oyentes, la radio fue ganando capacidad de interpelación ante ellos, al mismo tiempo que los reconocía públicamente. De ese modo, construía un vínculo con sus receptores y ganaba la legitimidad que ellos le retornaban. Eso era la comunicación, una nueva manera de concebirla, diferente a ver los medios como meros instrumentos de alienación, o solo reproductores de la ideología dominante. Y esa era una de las tesis que Jesús venía desarrollando. Al sustentar este hallazgo, dirigiéndome específicamente a él, sentí que una luz se había iluminado en alguna parte de su espíritu. Continué, afirmando que la salsa era una expresión de la cultura popular urbana no solo en Cali. Desde su creación e interpretación entre Nueva York y Puerto Rico por músicos surgidos de sectores subalternos y marginales, hasta su apropiación por artistas y públicos de otros países de América Latina y el Caribe, con iguales características identitarias, la salsa era una sonoridad donde se cruzaban largas memorias de lucha y resistencia contra la esclavitud, la discriminación y el racismo, junto a reivindicaciones de justicia reclamadas al ritmo de los tambores. Pero, por su origen étnico y social, tanto allá como acá era menospreciada y mal vista por las élites. A pesar de que había tras de ella una gran industria del espectáculo, sustentada por la producción discográfica, la radio y los conciertos en vivo, su apropiación gozosa y bailable por las clases populares de la ciudad, indicaba que no era una forma de dominación más, sino el lugar desde donde también se resistía contra la pobreza y la exclusión, y donde se construían formas alternas de identidad colectiva, “invirtiendo deseo y obteniendo placer”. Concluí resaltando que la salsa era una expresión dominante en la cultura popular caleña, pero no era la cultura de la clase dominante, a la que confrontaba directa e indirectamente. Esa experiencia significativa fue un impulso para acercarme más a su producción teórica y poder ir demarcando mi propio camino. Nunca supe qué notas escribió Jesús Martín a partir de lo que expuse en el seminario. El regalo de su idea para investigar la radio había tenido para mí la trascendencia de una epifanía. Con ella me ofreció la llave para abrir una puerta que aún no se ha cerrado. Y aunque compartimos posteriormente otros momentos hablando de la investigación sobre La salsa en Cali, bastó ese día para haber logrado una especie de profunda comunión intelectual. Una comunión mucho más valiosa que los desencuentros habidos en algunas ocasiones por diferentes motivos. Este fue un verdadero encuentro, tan importante como para revivirlo y contarlo a través de este relato, con el valor de las cosas que merecen ser contadas por escrito.


[1] Años después, leyendo Alta Costura y Alta Cultura, de Pierre Bourdieu, comprendí “la jerarquía de los objetos de investigación”, algunos de los cuales son considerados “indignos”, como era la salsa para la facultad de esos años. Pero el mismo Bourdieu al investigar la moda en Francia concluye que “el estudio científico de los objetos indignos produce ganancias científicas”. (P. Bourdieu 1990:215).




De izquierda a derecja: Jesús Martín Barbero junto a los profesores Griselda Gomez, Alejandro Ulloa, Berta Hernández (Q. E. P. D), Fernando Calero y Margarita Londoño. En la ciudad de Lima.

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