Ríos HermanosTema Central

“Lo que necesita el río Magdalena es lo que necesita Colombia: limpiar nuestra alma de tanta violencia; solo entonces sanaremos, y para curarnos a nosotros mismos, debemos curar el río”

Cada página de Magdalena nos invita a navegar por la historia de nuestro país. A través de un viaje místico, el antropólogo Wade Davis se sumerge en una realidad poco explorada por los colombianos de a pie, con el objetivo de entregar al mundo un mensaje de esperanza. En el marco de la Feria Internacional del Libro de Cali, Davis habló desde la distancia sobre la experiencia vivida durante la escritura de su libro, dejando claro a los espectadores el deseo de seguir exaltando, por medio de sus letras, la belleza de un territorio que lo ha enamorado durante más de 50 años.

Por: Darío Henao Restrepo
Director de La Palabra
Transcripción: Natalia Candado López
Estudiante de Licenciatura en Literatura, Univalle

Darío Henao Restrepo (D.H.R.): Es para mí un momento muy feliz poder entrevistar a Wade Davis, un gran investigador, etnobotánico y antropólogo. Estudió su doctorado en biología en la Universidad de Harvard y después su doctorado en etnobotánica, y ha estado vinculado por varias décadas a nuestro país. Es un ciudadano canadiense-colombiano y ha escrito un libro que nos ha hecho pensar nuevamente en el río Magdalena. Estamos hablando de Magdalena, historias de Colombia, un extraordinario viaje por el río fundador de nuestra patria. Sin este, no se podría explicar la historia prehispánica ni la historia colonial y contemporánea del país. Es decir, ha sido una arteria vital, y Wade, quien lo investigó por más de cuatro años, estuvo recorriéndolo, haciendo una investigación no solamente de campo, sino relacionándose con las personas, dialogando con investigadores, pero sobre todo, con la gente de a pie: con los pescadores, con los habitantes del Macizo colombiano, con los Mamos de la Sierra Nevada, con la gente en la desembocadura del río en Bocas de Ceniza. En otras palabras, más que un libro es un viaje extraordinario que todo colombiano debería hacer, sobre todo porque nos abre horizontes para los dilemas y las disyuntivas que tiene que resolver todavía nuestra sociedad, no solamente desde el punto de vista biológico, climático y ambiental, sino también desde el punto de vista social y político en donde muchas veces el libro hace unos apuntes extraordinarios. Por eso, Wade, te agradezco mucho en nombre de la Feria Internacional del Libro de Cali, de la Universidad del Valle, que es una de las patrocinadoras, y de la Facultad de Humanidades, que va a estar muy encantada de escucharte. Además, quiero decirte que este libro (hace tres meses que lo leí) lo he regalado y se lo he hecho comprar a todo el que me pregunta, a quienes creo que pueden tener algún interés por estos temas. Esperamos que en algún momento puedas venir a nuestra universidad para mostrarte algunos desarrollos que queremos darte a conocer, como la tecnología de extracción de agua del lecho del río Cauca, que es pionera en Colombia y en América Latina y que podía ser, en muchos sentidos, la solución para varios de los problemas de agua que tienen las poblaciones rivereñas del río Cauca y del río Magdalena. Por eso, de entrada te digo que es uno de nuestros intereses poder tenerte entre nosotros, compartiendo con el instituto CINARA de la Universidad del Valle, con la gente de Cali, con los constructores y con muchos de los que saben del río Magdalena. Por ejemplo, Juan Guillermo Garcés, que estuvo ayer conversando con nosotros; los ingenieros de CINARA, o Germán Ferro, el director del Museo del río Magdalena. Bueno, tantos otros que tú también conociste y con los que tenemos tan estrechas relaciones. Dicho esto, Wade, la primera pregunta es: tu libro es un viaje, ¿cómo lo concebiste, ¿cómo fue generándose? Porque es un trayecto con cierta circularidad. Empiezas por la desembocadura y te devuelves al Macizo colombiano, al nacimiento. Es una circularidad muy interesante que sirve de marca para este recorrido que haces y que también hace el lector.

Wade Davis (W.D.): Bueno, gracias, Darío. Para empezar, tengo que decir que es un honor estar con usted. Muchas gracias por su tiempo y su ayuda. Creo que más que todo, en el libro Magdalena, el subtítulo es muy importante: historias de Colombia. De cierto modo, no es mi libro, es el libro de toda la gente que encontré durante cinco años viajando desde la cabeza del río, el Macizo, hasta la desembocadura en Bocas de Ceniza. Y bueno, el reto mismo empezó de una manera pura, mágica, como todo lo colombiano. Escribí un libro llamado El Río, quizá en el 2002, durante un tiempo que fue muy duro para Colombia. Era una historia de la botánica, de la etnografía, de todos mis viajes durante los años 70 y de los viajes de mi profesor durante los años 40. Salieron solamente como 500 ejemplares, pero la cosa importante de ese libro fue la calidad de la traducción hecha por un reconocido poeta colombiano, Nicolás Suescún. Siempre digo que ese libro, en castellano, no es mío, es de Nicolás. Y cuando salió en 2002, fue interesante para los jóvenes, fue casi un mapa de sueños, ¿no? Con historias de su país en un tiempo en que ellos mismos no podían viajar por el conflicto. El libro tuvo un impacto importante y el gerente del grupo Argos fue un fan de él. Por eso empezó, junto a dos periodistas muy reconocidos e importantes, amigos míos, Héctor Rincón y Ana María Cano en Medellín, el proyecto de publicar algunos tomos en la colección de Savia Botánica, con libros de cada una de las cinco zonas principales de Colombia: los Llanos, el Amazonas, el Chocó, la Costa Caribe y la región Andina. No fueron libros para vender, sino para regalar a todas las bibliotecas del país, con el fin de mandar un mensaje más que todo a los jóvenes: que su país no es un país de violencia, no es un país de la droga; es un país, como siempre digo, de colores y cariño. Estuve tratando de ayudarlos para prometer los libros, y un día, de una manera muy calmada dije en un almuerzo: bueno, si terminamos con la tierra, empecemos con los ríos. En dos minutos el equipo subió y consideró ese sueño: escribir un libro sobre el río que es la fundación del país, el Magdalena. Claro que es un corredor del comercio, pero también es la fuente de la cultura, de la poesía, de la literatura y la música. Como dije antes, el proyecto empezó de una manera muy sencilla, pero como muchos proyectos así, creció de una forma casi mágica, y después de cinco años salió el libro Magdalena, pero la cosa importante de este, como escribió mi amigo Héctor Abad Faciolince, es que si de algún modo El Río fue como un mapa de sueños, Magdalena es una carta de amor al país. Yo estaba tratando de mandar un mensaje, de gritar un mensaje al mundo: que Colombia no es solamente un país de violencia, conflicto o de droga. Es un país de riqueza cultural, etnográfica, biológica; uno de los más ricos del mundo. Ojalá que la gente pueda leer en ese libro la realidad de Colombia. No es la verdad, pero es mi verdad. Para mi Colombia siempre fue un país de sueños, ¿no? Y la otra cosa interesante, Darío, es que estoy tan contento de estar con usted en Cali, porque mi vida en Colombia empezó en esa ciudad. Es una historia curiosa. Soy de Canadá, pero mi mamá fue una mujer muy humilde y fuerte de alguna manera. En el año 67, cuando yo era muy joven, tenía como 13 años, un día me dijo: “Hijo, tiene que aprender castellano, porque ese es el idioma del futuro en las Américas”. Entonces, ella trabajó muy duro como secretaria en un colegio público, para ganar suficiente plata y mandarme a vivir a Cali con una familia, junto a un grupo de alumnos de Canadá. El asunto curioso es que yo fui el más joven, tenía 14 años y los otros no sé, 16 o 17, y a todos ellos les dio mamitis. Yo no estaba en la ciudad, en el calor, con la gente que manejaba el poder, con la gente que tenía palanca, la “gente de bien” en los clubes campestres. No, yo estuve alrededor, afuera de Cali, al lado de los caminos que llegan hasta el Pacífico, y fue un momento colombiano realmente puro, cariñoso, con una hermana que era como un ángel y una abuela que estaba siempre charlando con ella misma, en un jardín con frutas y flores. Para mí fue una cosa mágica. A todos los otros muchachos les dio mamitis, y yo, por el contrario, sentí que por fin había encontrado mi lugar, ese fue mi comienzo. Cuando la gente me pregunta por qué tengo tanto cariño para Colombia, o por qué siempre estoy tratando de presentar lo que es bueno en Colombia, no es de una manera romántica, es algo mucho más profundo que eso; en Colombia encontré mi destino, y los libros son la manera más sensible en que yo puedo tratar de darle a Colombia lo que ella me dio a mí.

D.H.R.: Bueno, es una especie de retribución que entiendo, comprendo y comparto, la que tú le haces al país con este hermoso libro en este gran viaje. Ahora, para que vayamos avanzando, creo que una de las cosas más hermosas que tiene el libro es cómo vas fortaleciendo tu relación con las culturas indígenas a medida que avanzas. Empiezas con los Mamos de la Sierra Nevada, que son tus amigos, y luego vuelves otra vez al Macizo colombiano. Háblanos de eso, que es, quizá, uno de los puntos más extraordinarios, pues apuntas a algo necesario y fundamental: la valorización del aporte que han hecho y siguen haciendo estas culturas a nuestro territorio, y que son, como tú lo has dicho en otros libros, saberes ancestrales que no se pueden perder.

W.D.: Darío, tienes razón, es una pregunta muy profunda. Mira, para mí Colombia es un país de milagros, y uno de los milagros más importantes es que todavía, hasta hoy día, hay por lo menos 80 o 90 grupos étnicos, y cada uno de ellos tiene algo qué explicarle al mundo, más que todo los Mamos. Es increíble que en la Sierra todavía exista ese conocimiento, esa sabiduría ancestral. Por ejemplo, uno de los Mamos que me encanta, de los Arahuacos, Mamo Camilo, que es amigo mío desde los años 70, me dijo algo muy importante: “Mire, la paz no vale nada si solamente busca que los diversos actores del conflicto puedan unificarse para mantener una guerra contra la naturaleza. Lo que tenemos que hacer es crear paz con todo el mundo.” La cosa interesante es que en ese mismo momento, Mamo Camilo me contó que de vez en cuando los Mamos viajan hasta Bocas de Ceniza para hacer pagamientos al río. Entonces, nosotros, junto a un grupo de 26 o 27 mujeres, hombres, niños, sacerdotes, etc., fuimos a la Boca. Ese es otro milagro colombiano, con los pescadores que viven sobre las piedras y hacen poesía con sus casitas. Es un sitio increíble, ¿no? Pero también, los Mamos me dijeron que antes, los hermanos mayores subían caminando hasta la cabeza del río, hasta el Macizo colombiano, hasta la laguna Magdalena en el Páramo de las papas. Ellos creen que la sangre que tenemos en nuestro cuerpo es igual al agua que se encuentra en un río. Y en una manera científica tienen razón, porque todos vamos a morir y la sangre que tenemos va a llegar al mar como todos los ríos del mundo. Me contaron que cuando ellos están recorriendo esos 1500 kilómetros para llegar al Macizo, paran en cualquier pueblito para ver de qué manera su población está tratando al río, porque creen que el modo en que nosotros tratamos al mundo de la naturaleza es un símbolo del alma que tenemos. Esa es precisamente una de las esperanzas de Colombia. Cuando yo era un joven estudiante en los años 70, por ejemplo, y dejé a mis parientes y amigos en la Universidad Nacional de Bogotá, pues tenía el plan de viajar a la Sierra para estudiar la coca y las plantas medicinales de los Mamos, siempre me preguntaron: “¿Por qué quiere vivir con la gente sucia?”. Esa era la conciencia del país hace 50 años, pero ahora es totalmente distinto. Aparte del presidente Duque, los últimos cinco presidentes colombianos viajaron a la Sierra para dar su respeto a los Mamos, que ahora son casi un símbolo del patrimonio del país. Es como lo que pasó en el Amazonas con el presidente Virgilio Barco en los años 80, cuando este le dijo a Martin von Hildebrand, muy amigo de nosotros, un antropólogo que en ese tiempo era el jefe de Asuntos Indígenas: “Martin, haga algo para la gente del Amazonas”. En cinco años, Martín hizo más que algo: creó una zona de resguardos tan grande como un país europeo. Ya en la Constitución de 1991 se les confirió los derechos sobre sus terrenos, es decir, aparecen en las leyes de Colombia, siendo este un halago a su existencia. Por eso tenemos que mandar un mensaje al mundo: Colombia es un país demasiado progresivo de alguna manera. Claro que hay problemas, todavía tenemos el veneno de la droga, una situación que solo puede cambiar peleando por un proceso de legalización, creando un mercado para la hoja. Y es que la droga es un veneno, pero la hoja es una planta sagrada, es decir, la hoja de la coca y la cocaína son como las papas y el vodka, totalmente distintas.

En este libro estuve tratando de dar una voz a toda la gente de la cuenca, una manera de explicar algo de sus vidas. Por ejemplo, hay un señor que me encanta, Morita, fue un hombre muy humilde, un pescador, alguien que empezó su vida trabajando en los campos de caña y todo eso, pero él tiene una relación con los manatíes muy profunda e interesante. Un día nosotros fuimos juntos alrededor de Sabana de Torres, en el Medio Magdalena, al lado de una Ciénaga pequeña; allí Morita me dijo que con los alumnos del colegio local encontraron unas 75 especies de mariposas. Y yo dije: “Carajo, hombre, ¡es increíble!”, porque en todo mi país, Canadá, no tenemos más de 200 especies. Y después, Morita me dijo: “Ah, sí, hermano, pero tiene que entender que en Colombia las mariposas son solamente flores que pueden volar. Por eso tenemos tantas.” Entonces, en el libro está la historia del conflicto y de la Colonia, la historia de la gente precolombina, pero más que todo, este es un libro de esperanzas. Por ejemplo, Puerto Berrío es increíble, los N.N. y el trabajo de mi amigo Juan Manuel Echavarría sobre eso. Puerto Berrío, un sitio con los remolinos en el río, los muertos que iban bajando por él, en un tiempo en el que el Magdalena fue como el cementerio del país, con gallinazos encima y todas esas cosas tan terribles…

D.H.R.: Un periodo de una violencia muy intensa del conflicto. Yo quería llevarte para otro lado del libro que me interesa que trates. Es muy fuerte tu idea de que hay una utopía, por supuesto, nada romántica como lo has aclarado, pero sí es con una prospectiva de que se puede recuperar. Y, en ese sentido, hay ejemplos de cómo se ha hecho en otras partes: en Mississippi, de alguna manera en el Támesis de Londres, o en otros ríos en los cuales ha habido intervenciones importantes y que tú planteas a lo largo del libro. Nos dejas ese sabor, esa inquietud, esa necesidad que uno como lector va sintiendo. Es que este río es muy importante, que hemos estado de espaldas a él y hoy en día tiene una turbiedad extraordinaria. Las poblaciones rivereñas no tienen agua, por eso se está planteando, acá en el Cauca, sacar agua pura del lecho del río, que podría ser una solución. Pero quiero que nos hables de la idea que tú planteas en el libro reiteradamente sobre la recuperación, y que nos cuentes sobre esos ejemplos que hay en el mundo con relación a esto.

W.D.: Bueno, Darío. Uno de los mensajes del Covid fue la manera en que la tierra se puede recuperar. Imagínense las tomas de los canales de Venecia, las bestias salvajes recorriendo las calles de Barcelona o el cielo en ciudades como Karachi, Delhi, Mumbai, etc. En pandemia, cuando la economía del mundo paró, pudimos observar el impacto que tenemos. Lo que estoy tratando de explicar en el libro de una manera casi simbólica, es que si podemos mandar un mensaje al mundo, que está con tantos problemas, es que Colombia está subiendo con la paz. ¿Qué símbolo más fuerte que una campaña para limpiar el río Magdalena? Los ríos claramente se pueden recuperar de una manera muy profunda; por ejemplo, el río Hudson, al lado de Nueva York, fue totalmente basura, y el río Támesis en Londres, también. En el año 1967, creo, el Museo de Historia Natural de Londres dijo que el río Támesis fue un río totalmente muerto, ¿no? Pero hoy día se pueden encontrar unas 125 especies de pescados debajo de los puentes de la ciudad. En el Magdalena, si podemos limpiar solamente el río Bogotá, que desemboca en él, podemos solucionar la mitad del problema. Pero más que todo, hay otro mensaje importante, y es que Colombia, a 200 años de su independencia, es el único país en el mundo que fue fundado con la visión de la historia natural. Eso es interesante, porque Simón Bolívar tuvo una relación con Humboldt muy importante, muy profunda, y él tuvo un odio por los españoles más que todo porque estaban sacando, robando, saqueando, destruyendo, extractando todas las cosas del pueblo sin dejar nada. Entonces, para Bolívar, con la ayuda y la influencia de Humboldt, la naturaleza, más que los bosques, los ríos, las ciénagas, fue un símbolo de libertad. De vez en cuando Humboldt, hablando en metáfora, decía cosas como the universe of nature, el universo de la naturaleza, pero para Simón Bolívar no fueron metáforas, era la realidad. Para él la naturaleza fue un símbolo de la fundación de la libertad, por eso me parece que en Colombia es mejor si podemos presentar esas ideas, no como compañías medioambientales, ni con regulación del gobierno. Si podemos presentar un programa para limpiar el río, no como la política o como cosas de la ley, sino como un acto patriótico; porque según Bolívar, proteger la tierra de Colombia fue un acto patriótico y destruirlo solamente para beneficio de su bolsillo fue un acto de terror. Entonces, creo que podemos presentar todas esas ideas, no como peleas políticas, sino invocando el alma del pueblo. Es importante porque la riqueza de Colombia es la naturaleza, la riqueza del país es la biodiversidad, este es el país más rico del mundo. Es decir, no hay sitio en Colombia, Darío, que no sea más que un día afuera de cualquier zona ecológica del mundo. Esa es la riqueza de Colombia. ¿Por qué estamos poniendo veneno sobre los bosques? ¿Para qué? ¿Para tratar de eliminar la coca? Hay 130.000 familias colombianas que viven de la coca, ellos van a sembrarla, la cosecha vale diez veces más que cualquier otro cultivo. La coca va a seguir. Lo que tenemos que hacer es conseguir un mercado legal para los campesinos, para que ellos puedan sembrar la hoja y venderla en un mercado legal. Así el país podrá conseguir con los impuestos, la plata para pagar la paz, después de que por 50 años han pagado los gastos de una guerra, pues el fuego de esta siempre fue la cocaína.

D.H.R.: Hay una cosa que me llama mucho la atención, y es la importancia que tú le das, cuando se está narrando, a William Vargas, un botánico formado en la Universidad de Caldas, quien además es el hijo de un pescador. Quisiera que nos hablaras del papel y de la relación que tuviste durante estos viajes para realizar estas investigaciones con Vargas.

W.D.: Darío, me encanta esta pregunta porque me encanta William, es muy amigo mío. Pero también la historia de William es una historia que solo podría existir en Colombia. Es como Gabo, que subió desde un pueblito en la Sierra hasta las alturas de la cultura del mundo. William nació en La Jagua (Huila), que es un pueblito al lado del río Magdalena, cerca de Garzón, y que para Caldas fue el pueblo de las brujas. Él fue un hombre muy inteligente en una familia muy humilde de pescadores, no había plata para comprar zapatos ni nada, pero como tiene una forma de ser colombiano muy pura, el espíritu de Caldas, de una manera que no puedo explicar, entró en su cuerpo, y cuando era muy joven fue llamado El Sabio Caldas, ¿no? Y ahora, 50 años después, William es uno de los botánicos más importantes de Latinoamérica, es el experto en la manera en que los bosques pueden recuperarse, y también es uno de los pocos hombres que pueden cambiar la historia de la botánica solamente con una flor en la luz, ¿sí me entiende? Es una cosa puramente colombiana. En Canadá, por ejemplo, para que un botánico pueda encontrar una especie nueva, es un momento único en su vida, en su carrera, y para encontrar un pescado nuevo para la ciencia o un animal, se necesita un acto de Dios. Pero en Colombia, los botánicos están encontrando especies nuevas cada día, y cuando nosotros, William y yo, estuvimos juntos cruzando el Macizo sobre los caminos precolombinos, caminos de piedra que caen como el mercurio en el bosque de neblina, lo hicimos como hermanos. Hay un sitio saliendo del Macizo en el que el río Magdalena es todavía una quebrada; de ese lado, por ejemplo, uno se puede sentar y tocar con la mano derecha el inicio de la cordillera oriental, y al otro lado de la quebrada, se puede tocar con la mano izquierda el inicio de la cordillera central. Uno se puede sentar en el bosque de neblina, con tanta riqueza, y con las dos manos tocar el inicio geográfico de un país tan increíble como Colombia. La cosa grandiosa de William es que conoce la flora tan bien, que si hay una planta que él no conoce, casi debe ser una especie nueva. Es un milagro de Colombia. Por otro lado, el país es importante porque hay una historia de la ciencia que empezó quizás con Mutis y después con Caldas, pero que continuó durante todo el siglo XX con botánicos famosos como García-Barriga, Roberto Jaramillo, Álvaro Fernández, Jesús Idrobo; todos amigos de mi profesor que también fueron los maestros de él mismo cuando era joven. Hoy en día con el Instituto von Humboldt, SINCHI, con universidades tan increíbles, no solo la Nacional o la de Antioquia, sino también la Javeriana y otras tantas. Hay una raíz, una rama muy importante en la historia del país, esa capacidad intelectual en el mundo científico. William es un ejemplo de que un muchacho de una familia humilde, con educación, puede subir hasta las alturas de la ciencia. Pero la cosa interesante es que la gente cree que los botánicos son flacos o flojos, pero este es un hombre machísimo, yo siempre lo estoy diciendo, me encanta William, es como un hermano mío y nosotros somos, de alguna manera, un solo corazón, porque entendemos la importancia de la naturaleza en la historia de Colombia, por eso creo que es un hombre increíble.

D.H.R.: Bueno, te voy a contar un dato curioso. Ahora que estuve en el hotel Belle Epoque, en donde te hospedaste, me dieron el mismo cuarto tuyo. Ahí me puse a leer de nuevo Magdalena y dije: “Bueno, ojalá baje el espíritu de Wade para que me de más elementos para soñar lo que planteas en este libro”, que es volver a recuperar este río, volver a darle la centralidad que tiene en la historia de Colombia. Y sé que estuviste hablando mucho con Germán Ferro, el director del Museo del Río Magdalena, en Honda. De hecho, haces un prólogo muy bello a un libro que se llama Río Magdalena, territorios posibles, donde Germán escribe un texto hermosísimo, titulado 14 abordajes para vadear el río Magdalena y no ahogarnos en la indiferencia. Como tú conoces el texto de Germán Ferro Medina, antropólogo como tú, historiador, y bueno, un sabio en el río Magdalena, quisiera escuchar esos comentarios, esas ideas, y preguntarte: ¿en qué estuviste centrado durante los días en que hablaste con los pescadores, la gente y especialmente con Germán?

W.D.: Sí, Germán es un hombre muy inteligente, profundo y simpático. Todos los colombianos tienen que visitar ese museo en Honda, pues es el único en el país que está solamente dedicado al río Magdalena. La historia de Germán es interesante, Darío, su papá fue uno de los hombres que durante los años 40 construyeron la ciudad de Girardot, que es la ciudad más nueva de Colombia. No fue una ciudad colonial, y me contó Germán que cuando era joven, todos los fines de semana, la familia bajaba a Girardot a visitar a su papá, pero siempre la madre, las abuelas, decían: “Vamos de fin de semana, hagamos un paseo a tierra caliente”, y como él lo recuerda, nunca dijeron: “Estamos bajando a la cuenca del río Magdalena, el río que fue la fundación del país.” Eso fue muy curioso para Germán, pero fue solamente cuando era más viejo, en su grado doctoral, empezando a estudiar como antropólogo a los arrieros, y más que todo los caminos de estos, que entendió una cosa increíble de la historia de Colombia: en la época que Bogotá fue una ciudad internacional, con jardín botánico, universidades, instituciones, fábricas, etc., cualquier cosa de afuera tuvo que llegar con las mulas. Es decir, con esa cultura de los arrieros, ¿no? Y para Germán, los caminos de estos fueron como hilos en el tejido del país, una especie de cordón umbilical de Colombia. Ese es un punto muy importante de la geografía nacional. Siempre decimos que geografía es destino, pero la cosa rara en este país es que aparte de Cali, donde se habla del Cauca, y de Neiva, donde se habla del Magdalena, hay ciudades importantes como Medellín y Bogotá, pero también están Bucaramanga, Pereira, Manizales, etc. En otras palabras, cualquiera está bien afuera del río, aun cuando este pasa por unos ocho o nueve departamentos de Colombia, y cada departamento tenía su puerto. Por ejemplo, en el Cesar, La Gloria; Cundinamarca, Puerto Salgar; Caldas, La Dorada; Boyacá, Puerto Boyacá; Antioquia, Puerto Berrío; Santander, Puerto Wilches, entre otros. Entonces, la cosa interesante es que desde el punto de vista de la mayoría de los colombianos viviendo en las ciudades y en la montaña, el Magdalena fue como una frontera. Por eso el Medio Magdalena, con los bosques enormes y con el calor, se convirtió en una zona de bandidos, de exilios y de todo; aun así, según el mapa nacional, es el centro de Colombia. De alguna manera la geografía del país es inversa. Por ejemplo, en el año 1950 fue más costoso mandar un costal de café desde Medellín hasta Bogotá que desde Medellín hasta Londres. Creo que, como me dijo Germán, por eso el país tiene una amnesia sobre el río Magdalena, no solo le da la espalda al río. Germán, que es un hombre muy inteligente y sabio, cuando estuvimos juntos por primera vez me dijo algo sobre el río, y voy a tratar de leerlo en castellano: “Nunca olvidaré el momento en que escuché por primera vez que se había firmado el acuerdo de paz en la Habana. Por casualidad, estaba en la misma confluencia con el río Cauca y el Magdalena. Estaba completamente abrumado por lo que solo puedo llamar emoción geográfica, una sensación de espacio, como si los espíritus estuvieran emergiendo de la tierra. Me quité la ropa y metí la cabeza en el río, mientras estaba de pie al sol, el agua goteaba por mi cuerpo desnudo. Comencé a llorar, ríos de lagrimas fluyeron cuando me di cuenta de que mi hijo podría crecer en un país en paz. Un río que ha conocido cada tragedia, que ha arrastrado a los muertos y toda la miseria de la nación; que ha sufrido junto a todos los colombianos, un río que tanto amo. Ahí estaba yo, junto a sus aguas, cuando la paz se apoderó de la tierra”.

D.H.R.: Con eso cierras tu prólogo a ese bello libro del Banco de la República. Y bueno, te quiero contar brevemente que estuve hace dos meses allá, en la habitación que te dieron, hablando un largo rato con Germán. En ese lugar surgió, producto de leer cosas de él, esa relación tan profunda que hay entre el río Magdalena y su principal afluente, el río Cauca. Hoy estamos preparando unos diálogos entre el río Cauca y el Magdalena, vamos este fin de semana con una comisión de ingenieros del CINARA, quienes han hecho esta investigación sobre el agua de la que te comenté al inicio, de extracción de agua del lecho del río, y con un grupo de periodistas del periódico La Palabra de la Universidad del Valle, para hablar con los entendidos allá en Honda, que están siendo coordinados por Germán y por alguien a quien tú también le dedicas un capítulo en el libro, nuestro amigo Juan Guillermo Garcés Restrepo, de la Reserva Natural Cañón del Río Claro, donde también entiendo que te quedaste y estuviste conversando mucho sobre la historia de Juan Guillermo, que es una muestra representativa de la violencia que vivió el país en el Magdalena Medio. La cuestión es que (después puedes hacer comentarios sobre esta fase y el paso tuyo por esta parte del país) nosotros aquí ya decimos que está faltando otro libro de Wade sobre el río Cauca. Danos tu opinión sobre esta importancia que tiene el poner en diálogo el río Magdalena con el Cauca, que es la idea a la que le vamos a trabajar desde todo punto de vista, claramente a partir del agua, pero también desde la cultura, las tradiciones, el comercio, y desde tantos otros asuntos como el conflicto que tiene que resolver Colombia, en el cual el río va a ser un escenario central. O sea, si nosotros no llevamos la paz a los dos grandes ríos del país, no vamos a cubrir el problema porque en estas dos cuencas está el 85% de la población colombiana. Por lo tanto, dinos qué opinas. Aquí necesitamos tu papel un poco de consejero, de experto sobre este tema.

W.D.: Tiene razón, hermano. Bueno, yo no soy experto, soy solamente un visitante del país que está enamorado de todas las cosas colombianas. Lo interesante es que la cuenca del río Magdalena es también la cuenca del río Cauca, y de alguna manera son solamente un río. En la cuenca vive el 80% del pueblo colombiano, pero también es la fundación del 80% de la economía del país, de la cultura, la música, de todo. Y hay muchos ríos en Colombia que son más grandes, como el Caquetá, el Putumayo, el Vichada, cualquiera de los ríos en el Amazonas; sin embargo, para la cultura del país el río Cauca y el río Magdalena son, como me dijo Carlos Vives, el músico famoso (la gente no entiende que Carlos es muy amigo mío, pero es también un hombre muy sabio, un etno-musicólogo muy profundo, él entiende las raíces de la música y de una manera también es un antropólogo): “La cumbia es la madre de la música, pero la madre de la cumbia es el río Magdalena, el río es música y la música es el río. Lo que necesita el río Magdalena es lo que necesita Colombia. Después de toda la violencia necesitamos limpiar nuestra alma, solo entonces sanaremos, y para curarnos a nosotros mismos, debemos curar el río”.

En el libro Magdalena me demoré como cinco años para conocer la cuenca del río, pero durante todo el tiempo he sido muy consciente de que el Cauca es muy importante en una parte de la misma historia. Quizás yo pueda hacer un libro sobre el río Cauca, porque todos los ríos son la historia del país, se puede encontrar la misma riqueza en la cuenca del río Cauca, ¿no? A mí me parece que debemos parar y entender que para tener una paz real, y para cambiar toda la vaina en Colombia, como dijo Mamo Camilo, necesitamos entender que tenemos que crear una forma de paz con el mundo natural. La riqueza de Colombia son las plantas, los bosques, los cerros, los páramos. Entonces, podemos unificarnos para mandar el mensaje de que nosotros no vamos a dañar a la naturaleza, y por ejemplo, en el asunto de la cocaína, podemos pelear para que se nos permita producir la cosecha legal de una planta que es sagrada, nutritiva y que, repito, no es la droga. Si Estados Unidos tiene un problema con su pueblo, porque siempre está tratando de dañar algo, no sé qué, con un veneno en su nariz, a mí me parece que es su problema, no de Colombia. Tenemos que recuperar el poder de nuestro destino; tengo tanta confianza en el pueblo colombiano porque durante todos los años de la guerra el país mantuvo la democracia, la sociedad civil y construyó parques enormes en un programa de parques nacionales que es increíble. Ahora tenemos dos generaciones de colombianos jóvenes que están regresando al país desde todas las capitales del mundo con conocimiento y capacidades fenomenales. Entonces, creo que Colombia está en un momento de su historia que puede ser muy profundo. Como escritor esa es mi misión: tratar, en la manera que puedo, de explicarle al mundo, gritarle al mundo, la verdad de este país. Por eso la única cosa que vale en los libros es la potencia de su mensaje.

D.H.R.: Estamos llegando al final, pero quiero hacerte una reflexión para que opines un poco sobre esto. Hablando ayer del Magdalena Medio con Juan Guillermo Garcés, algunos ingenieros y con Fernando Guerra, nos planteábamos qué es lo que sigue. Unos decían ciencia, tecnología, voluntad política, proyectos, que haya paz, todo lo que tú compartes y que está muy bien expresado en el libro. Nosotros desde aquí, ojalá que te entusiasmes en la posibilidad de escribir ese libro, tenemos la idea de hacer vídeos, documentales, encuentros; tantas cosas que podemos realizar entre el Cauca y el Magdalena, y eso es lo que vamos a tratar de empezar con los compañeros de Honda y probablemente de Barranquilla. Queremos invitarte a que conozcas el trabajo nuestro en Cali, desde la Universidad del Valle. Estás especialmente invitado, te escribimos para cuadrar el momento en que tú puedas venir con suficiente tiempo para que podamos recorrer parte del Cauca contigo, conocer tus primeras impresiones y decirte que, si ese proyecto crece, tienes aquí un cúmulo de investigaciones en la Univalle que te pueden servir, porque incluso te pueden ayudar a conseguir un equipo de investigación para tal efecto. Igualmente, la televisión regional quiere enfocarse en el río Magdalena, también la RTVC, etc. Tenemos muchas cosas y sé que tú, con la experiencia que tienes como productor de documentales con la National Geographic, podrías ayudarnos muchísimo, serías un tutor excelente. Y bueno, para que vayamos concluyendo esta charla, háblanos un poco sobre esos pasos concretos que crees que se puedan dar teniendo en cuenta los comentarios que te he hecho.

W.D.: Bueno, gracias, Darío. Me encanta el Valle, tengo tantos amigos allá y siento tanto respeto por esa institución y por otras instituciones como el CIAT alrededor de Cali. De hecho, estamos empezando a hacer un libro sobre los fríjoles como símbolo del país, con mi colega Sandra Uribe. Quizás yo puedo regresar, podemos filmar y producir otro libro. Así empezó ese trabajo de cinco años con el río Magdalena. Fue un momento de esperanza en un almuerzo y me parece que ese fue un milagro muy profundo, hermano. Hay que poner a cinco colombianos con un poco de vino, un poco de cerveza, quizás un poco de mambe y lo mejor de todo, en una lancha en el Amazonas o en cualquier sitio, porque de eso va a salir algo increíble, creativo. Por ejemplo, la foto de Camilo Echavarría, un fotógrafo muy famoso y reconocido, que está sobre la cubierta del libro, no es del río Magdalena, hermano, tú sabes, ¿no? Es del río Cauca.

D.H.R.: Eso con mayor razón te compromete a que te vengas para acá, aquí creamos un equipo de trabajo que te asesore y hacemos un documental con muchos viajes. Sería un proyecto bellísimo para nuestra universidad y para nuestros investigadores de áreas como la antropología, la sociología, las ingenierías, la literatura, la comunicación…

W.D.: Sería increíble. Con mucho gusto, Darío, acepto su invitación. Para mí es un honor. Es que tienes que entender que yo tengo tanto respeto por los intelectuales, por los escritores, los profesores, los científicos colombianos. Hay una riqueza en este país que, yo creo, no se puede encontrar ni siquiera en México o en Canadá. Es que hay una concentración de potencia en Colombia que es como la música, por eso me encanta este país, siempre estamos con Gabo y el realismo mágico, pero entendemos que él fue un periodista que escribía lo que estaba en su visión. La cosa es que a su edad fue paisano de un país en que el cielo y la tierra se unen para dar visiones de un mundo divino. Heaven and earth in Colombia, come together to reveal visions of the divine…

D.H.R.: Bueno, Wade, nos podríamos quedar aquí mucho más tiempo porque tú eres tan excelente conversador como buen antropólogo, investigador y viajero. Hay muchos temas que se nos quedaron en el tintero, pero en la próxima entrevista podemos tratarlos. Queda claro que quieres venir a Colombia, que aceptas la invitación, que vamos a investigar también al río Cauca como lo has hecho con el Magdalena.

W.D.: ¡Qué sueño! Es un sueño, gracias, hermano, y gracias por tu tiempo.

D.H.R.: Gracias a ti. Es un placer enorme para los participantes y los oyentes de esta Feria Internacional del Libro de Cali haberte tenido aquí. Te reitero en nombre de la Universidad del Valle, que patrocina este evento, nuestro inmenso agradecimiento por tu libro, por el aporte a Colombia y por esta posibilidad, que va a ser una realidad, de que nos metamos también en ese gran afluente del Magdalena que es el río Cauca. Felicidades, un gran abrazo, mi hermano, acá nos estamos viendo, nos estamos escribiendo. Muchas gracias.

W.D.: A usted también, Darío, gracias por todo.

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